EL MUNDO 12/03/14
SANTIAGO GONZÁLEZ
Los acontecimientos importantes nos plantan un mojón en la memoria que no nos permite olvidar qué hacíamos en aquel preciso momento: el de la primera bomba del 11-M; el del impacto del primer avión contra las Torres Gemelas; al tener noticia del asalto al Congreso el 23-F.
Y así con la dimisión de Suárez, la legalización del PCE, la muerte de Franco, el asesinato de Carrero, el proceso de Burgos, y, como uno ya va teniendo una edad, el asesinato de Kennedy. Por recordar, recuerdo hasta el grito de Almodóvar: «El PP intentó un golpe de Estado la noche electoral», algo que ya no recuerdan los dirigentes socialistas que lo difundieron con entusiasmo. Por no recordar, creo que ni el propio Almodóvar recuerda haber hecho semejante cosa.
Recuerdo haber creído hasta las siete y media de aquella tarde en la autoría de ETA. Recordaba la maleta de Titadyn intervenida por la Policía el 24 de diciembre de 2003, en el Intercity Irún-Madrid, dos meses y medio antes de Atocha. Yo escribí aquel día una columna en la que daba por hecha la autoría de ETA, al igual que el resto de los columnistas del periódico en el que entonces colaboraba. Todos tuvimos que reescribirlas a partir del momento en que el ministro del Interior dio a conocer la existencia de la furgoneta, los versículos del Corán y los siete detonadores.
Yo, en fin, creí aquel día que la masacre había sido obra de ETA, al igual que: el Gobierno del PP, el Gobierno vasco, cuyo lehendakari hizo una declaración institucional: «Que no se hable de terrorismo vasco. El terrorismo es de ETA». También lo creyeron así aquella mañana: Zapatero, Llamazares, Patxi López, Manuel Chaves, Carod-Rovira, Rosa Aguilar y tantos otros. Otegi, un connaisseur, fue el único que negó la autoría de ETA la mañana del 11-M.
Recuerdo las comparecencias ante los medios en plan non stop de un ministro del Interior desarbolado por el pánico y la torpeza del presidente Aznar al negarse a convocar el Pacto Antiterrorista, la mala gestión y digestión de aquellos hechos, el intento de agarrar los acontecimientos por el asa que menos les quemaba. Nunca he sido partidario de teorías conspirativas, nunca las he alentado o defendido. En aquel fin de semana comprendido entre la mañana de los atentados y la noche electoral, el Gobierno no estuvo a la altura del momento ni de su responsabilidad y la oposición barrió para casa con singular provecho.
Magro consuelo es que, 10 años después, se haya hecho la paz entre las víctimas. El buen pueblo español se dividió entonces, y va para largo, en dos bandos que encarnan las dos Españas de siempre. Ayer ya apuntaron las protestas multiculturales porque el acto unitario se celebrara en La Almudena. Quizá preferían que se hubiera hecho en la mezquita de la M-30. Después de todo, en aquellos tres días hubo un respeto exquisito para los colectivos musulmanes. Sólo se llamó «asesinos» al presidente del Gobierno y a su mujer en el colegio donde fueron a votar la mañana del 14.