Miquel Escudero-Catalunya Press
lunes, 9 de septiembre de 2024, 14:05
- Desde hace más de medio siglo, se denomina fobia social a un trastorno que se ceba en especial en quienes tienen una autoestima baja o participan de una autoimagen general negativa
Leyendo Adicción a las redes sociales (Pirámide), libro escrito por el psicólogo clínico Enrique Echeburúa y por Ana Requesens (directora de la Fundación Gaudium que fomenta la investigación y la prevención de adicciones sin sustancia, como la ludopatía y las nuevas tecnologías), me he encontrado con un párrafo conciso y especialmente digno de ser meditado:
“Las redes sociales son el espantajo que aleja el fantasma de la exclusión y fomenta la participación a distancia, con vínculos que tan fácilmente se crean como se destruyen”; por consiguiente, vínculos muy débiles. Un espejismo de inclusión.
Desde hace más de medio siglo, se denomina fobia social a un trastorno que se ceba en especial en quienes tienen una autoestima baja o participan de una autoimagen general negativa. Consiste en que la mera anticipación de contactos sociales provoca en ellos un malestar exagerado y un miedo desproporcionado ante la posibilidad de fracasar. Se imaginan situaciones que les garantizan padecer el enjuiciamiento riguroso de otros, lo que sacude su sistema de conducta y les produce una indecible ansiedad y angustia.
¿Qué modo tenemos de percibir los problemas que nos afectan y cuál es el grado de comprensión que tenemos de lo que nos ocurre? Cabe saber que la dolencia aquí descrita se puede tratar y reconducir con la intervención de especialistas competentes; siguiendo terapias de conducta. Y no recurriendo de forma automática y abusiva, a la ingesta de psicofármacos, cuyo consumo ha crecido entre nosotros más de un 40 por ciento en los últimos diez años.
Conviene distinguir entre obsesiones y compulsiones. No son lo mismo. Entendemos las primeras como pensamientos ilógicos desagradables que surgen de forma reiterada y que se mantienen contra la voluntad del sujeto afectado. Y las segundas como conductas repetitivas sin sentido en sí mismas pero que consiguen suprimir o reducir la ansiedad inducida por las obsesiones.
En su libro Inmadurez colectiva (Dykinson), el psicólogo forense Javier Urra postula algo pertinente y elemental: la conveniencia de vivir según la propia conciencia, y no en función de los criterios de los testigos que haya y de cuánto lleguen a presionar. En verdad, estamos aturdidos de forma continuada por los medios de comunicación, con chismes y escándalos a destajo. Por esto, en esa idea de vivir en conciencia, nos urge abandonar la superficialidad y el infantilismo que nos acecha e invade y asumir nuestra existencia personal de forma madura, con verdadera mayoría de edad.
Ser adulto es saber estar solo, pretender respeto y coherencia antes que aprobación. Para ello, Javier Urra propone dotarse de resiliencia y aspirar a ser imaginativos e innovadores, con esfuerzo y disciplina, mejorando nuestras habilidades de reflexión y comprensión para resolver conflictos. Tampoco se trata de saturarse de estímulos, sino de guardarse de opinar si no se sabe, no confundiendo la verdad con la opinión de ‘la mayoría’ ni aceptando a pies juntillas lo que se da en llamar ‘políticamente correcto’.
Hay que vacunarse contra la estupidez manifiesta, saber ir a contracorriente y valorar el conocimiento objetivo. Cabe pensar que casi un 80 por ciento de los adolescentes dice que no se les ha enseñado a cuestionarse si una noticia es falsa o no lo es. ¿No es algo muy grave?
Hay que descartar, con decisión, la pereza crónica y el mal uso de las palabras. Hay que procurar hablar con propiedad y escuchar con atención y, asimismo, callar oportunamente. Potenciar razonamientos y conductas coherentes y responsables. Capacitar para argumentar desacuerdos e interpretar con acierto y agilidad las ironías y las frases con doble sentido. Apartarse radicalmente de la afición por sentirse (y proclamarse) ofendidos por quienes vean las cosas de forma distinta a nosotros y lo comuniquen.
Con valiosos hábitos y actitudes, adoptadas con determinación, tanto la personalidad de los jóvenes como el entramado de la sociedad civil se fortalecerán notablemente. Añadiendo paciencia y confianza, podremos poner límites eficaces a la gazmoñería que da coba y engaña. Así, la de quienes pretenden que nadie es mejor que nadie (o que no debe haber suspensos ni repetición de cursos).
Por otro lado, es indudable que un sólido apego a la realidad ayuda a sortear el consumismo y el recurso evasivo de la droga; plagas destructivas de nuestro tiempo