Juan Carlos Girauta-ABC
«Al calcar el lenguaje de los golpistas, el Gobierno de España asume también su lógica. Esta exige una “mesa” que va a hurtar las competencias de las instituciones para proceder a la reforma de hecho de la Constitución, obviando leyes y sentencias y negociando solo con secesionistas. Como si los partidos constitucionalistas catalanes no existieran ni representaran a nadie»
Me comenta Juan Casillas que él, en la inclinación nipona de Iván Redondo, creyó ver un amago de cabezazo como el de Zidane a Materazzi en la final del Mundial de 2006. Un clásico del desahogo con el que el hoy entrenador del Real Madrid se despidió de su etapa oficial como jugador. El italiano le había mentado a la hermana. A quién se le ocurre.
No creo que el usurpador Torra se permitiera mención alguna a la familia de Redondo. Bastantes problemas tiene el no presidente. Pero el caso es que se me ha quedado la mosca detrás de la oreja. Es una mosca absurda, ya lo sé. Sin embargo, ¿qué mosca no lo es? Reviso las imágenes. Las
del encuentro Italia-Francia y las del encuentro España-Cataluña, que también es una final, donde lo que se termina es el decoro político, y quizás de paso la etapa constitucional. Depende del resultado.
Recupero el sentido común y comprendo que la hipótesis Zidane es impensable. Hablamos de personas civilizadas. Bueno, no en el caso de Torra, que sigue en el execrable racismo de los nacionalismos primigenios, con comparaciones de cráneos y toda la mandanga, pero no es él quien inclina la cabeza con rapidez de samurai, sino el jefe de hecho del gobierno español. Además, como cabezazo, lo de Redondo llega demasiado tarde. El movimiento es veloz y tardío. Sucede cuando el delincuente ya se está retirando. Cualquiera que haya visto una película de Jason Statham se rebelará ante la sospecha que Juan Casillas ha sembrado en mí. O abucheará a Redondo por torpe. Nada, que no. No hay cabezazo frustrado sino muestra de profundo respeto, inclinación franca ante quien se percibe y se siente como un superior jerárquico y moral. Reverencia.
Si Torra llega a quedarse unos segundos más ante Redondo, este se habría agachado como Eugenia Martínez de Irujo ante Felipe VI, doblando las rodillas, manteniendo graciosamente el pie izquierdo detrás del derecho con el tacón levantado, erguido el torso y posando una mano lánguida en la del inhabilitado. De acuerdo, de acuerdo, exagero un poco. Y aun así, ¿por qué don Iván, el hombre más poderoso de España, se conduce como aquel ministro con George Bush? Aquello tenía algún sentido. Poco, cierto es, pero Bush no era Torra.
Lo que me lleva a barajar de nuevo el cabezazo, no ya como acto sino como potencia. Como un aviso: ¡ojo, Torra! Pero, ay, don Quim ya ni siquiera le miraba. Definitivamente, es inexplicable. Necesitamos más información. ¿Se trata de un tic? No parece: hay algo marcial en el gesto. Los soldados hacen eso frente a sus superiores cuando reciben una condecoración, y en otras ocasiones. ¿Qué le pasó por la cabeza al cabecilla?
Veamos. El gobierno Redondo, llamado gobierno Sánchez, se había presentado en Barcelona con una colección de regalos que abarcaban desde la retirada de recursos hasta la garantía de blindar la ilegal inmersión, desde el refuerzo de una memoria histórica hasta un ramillete de privilegios financieros que, por cierto, son un feo al resto de comunidades autónomas en el momento en que están como locas por un viejo IVA decembrino.
Además, se aceptaba el juego simbólico de los que quieren «volver a hacerlo», con todo ese ceremonial de las dos banderas al mismo nivel y del mismo tamaño. Se consentía la parafernalia del Estadito imaginario que luce sus galas y su protocolo para jugar a las recepciones de alto nivel. «Pedro, juega un rato, venga; yo era un jefe de Estado y tú otro, y yo te recibía por todo lo grande con mi guardia de chisteras y alpargatas, y a ti te encantaba y hablábamos de cosas de estadistas, del Brexit, de los aranceles americanos… ¡Venga, porfa, porfa!».
Y Sánchez (o Redondo) se avenía, al punto que cuando le preguntaban luego por el derecho de autodeterminación de Cataluña seguía con el juego, y respondía por peteneras en vez de contestar «no diga usted memeces, la comunidad autónoma de Cataluña no tiene derecho a la autodeterminación porque no es ninguna colonia, ni tampoco está sometida a una tiranía que conculca los derechos humanos».
O sea, lo que ya sabemos: aceptar entero el paripé porque los catalanes son muy susceptibles, y los que son nacionalistas mucho más. Hasta extremos inimaginables. Te pueden anotar cualquier tontería en la lista de los agravios y seguir recordándotela dentro de veinte años. El problema es que, con el paripé, se incorpora el lenguaje de los golpistas, o más bien se reincide en él, pues ya está incorporado desde el acuerdo con Esquerra previo a la investidura. Así el venenoso sintagma del «conflicto político», que reproduce el lenguaje de la ETA y sus amigos. Y, como consecuencia, el desamparo de la Cataluña constitucionalista. Los millones de catalanes que no exhiben lacitos ni perpetuo victimismo no han entrado en conflicto alguno.
No hay dos partes que se pelean sino una parte que derogó la Constitución en un territorio y otra que vio así vulnerados sus derechos y libertades; una parte que aprobó una ley de transitoriedad (de funestas reminiscencias históricas) y otra que se la tuvo que tragar; una parte que convirtió el parlamento autonómico en un órgano de soberanía y otra que presenció cómo se violaban los derechos de sus diputados; una parte que se erige en pueblo de Cataluña y otra que queda excluida del invento. ¿Qué conflicto político ni qué niño muerto? Hay agresores y hay agredidos.
Al calcar el lenguaje de los golpistas, el gobierno de España asume también su lógica. Esta exige una «mesa» que va a hurtar las competencias de las instituciones para proceder a la reforma de hecho de la Constitución, obviando leyes y sentencias y negociando solo con secesionistas. Como si los partidos constitucionalistas catalanes, uno de los cuales es el mayoritario en la cámara autonómica, no existieran ni representaran a nadie. Esas y otras renuncias y traiciones, que se llevan por delante la democracia, son el oneroso, el imposible precio a pagar para que Sánchez pueda sacar adelante unos presupuestos con los que garantizarse media legislatura. Sabe Dios lo que nos costará la otra media. Y aun así, Redondo se inclina. ¡Añade una propina! ¿O es el cabezazo de un tipo lento de reflejos?