IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Basta que Sánchez niegue la consulta en Cataluña para que todo el mundo imagine al separatismo encargando las urnas

Entre un chantajista y un trilero es al chantajista a quien hay que tomar en serio. No porque sea más fiable sino porque es más terco. Cuando Aragonès reclama, o más bien anuncia, un referéndum y Sánchez lo niega conviene estar atentos al que ha demostrado más firmeza en su empeño. El experto en extorsión no se deja distraer por la bolita que mueve el trilero; conoce el juego y sabe que está ante un charlatán con mucha labia y poco criterio, el clásico zascandil al que se le puede tomar la medida sin gran esfuerzo. Sólo hay que dejarlo parlotear, permanecer tranquilo mientras saca pecho, esperar la circunstancia correcta y luego apretarle las tuercas hasta que acabe cediendo. Cuestión de tiempo.

Igual que Aragonès lo saben todos los españoles. Gobernar con Podemos me quita el sueño: una vicepresidencia y cuatro ministerios. Traeré a Puigdemont: por ahí sigue suelto. No habrá indulto: indulto firmado. Penalizaré la rebelión: despenalizó la sedición, y la malversación de paso. Jamás pactaré con Bildu, si quiere se lo digo veinte veces: pacto al canto. Ahora el mantra es que no habrá consulta y todo el mundo piensa que ya deben de estar los independentistas encargando las urnas. Cuando el jefe del Gobierno dice que «el ‘procès’ es pasado», con esa solemnidad rotunda tan suya, se oyen carcajadas en Cataluña. Nadie tiene ninguna duda de que el soberanismo seguirá adelante con su hoja de ruta. Y que se cumplirá si el sanchismo accede a una segunda legislatura.

Puede que 2023 sea un año de tregua. La doble convocatoria electoral aconseja una cierta ralentización de la agenda. La negociación seguirá más o menos bajo cuerda, con cuidado de que las transacciones no queden demasiado manifiestas para evitar el previsible estímulo del voto de la derecha. Sin embargo, en el discurso del presidente de la Generalitat hubo una novedad que acaso sugiera un cambio de planes: quiere dejar listo el plebiscito en este próximo ejercicio, apurar la coacción, apretar el ritmo tal vez barruntando un cambio de ciclo. Como mínimo, que el nuevo Tribunal Constitucional bendiga la legitimidad del proyecto y deje el camino expedito por si la mayoría parlamentaria varía de signo. Ahí se perfila un motivo de colisión, un conflicto con los intereses del sanchismo, que desea una campaña tranquila, alejada de asuntos antipáticos o disruptivos.

De un modo u otro, el separatismo catalán ha dejado claro su horizonte inmediato. Y los antecedentes recomiendan hacerle caso: por las buenas o por las malas, más rápido o más despacio, siempre que se ha fijado un objetivo ha terminado por llevarlo a cabo. Si la garantía contra sus intentos consiste en la palabra de Sánchez, en su compromiso o en su liderazgo, la única incógnita sobre el referéndum son las condiciones y los plazos. Y lo único que lo puede impedir es la voluntad de los ciudadanos.