ABC 04/07/15
IGNACIO CAMACHO
· Según el manual bolivariano, Tsipras ha sacrificado la ya exhausta economía de su país a un designio político imperativo
LOS entusiastas partidarios de la democracia directa deberían explicar por qué razón los ciudadanos europeos no pueden pronunciarse sobre el rescate a Grecia, que va a salir de sus castigados bolsillos. Los motivos son obvios, claro está: determinados ejercicios de solidaridad no pueden someterse a referéndum, del mismo modo que nadie pregunta a la gente si desea pagar impuestos. Pero el Gobierno de Tsipras va a preguntar a su pueblo si desea aceptar ciertos sacrificios extra a cambio de un préstamo que al parecer los dirigentes de Syriza consideran obligatorio concederle. Si las instituciones europeas ceden será el primer crédito cuyas condiciones de devolución fija el que lo recibe. Y sin embargo es posible que cedan, acusadas además de chantajistas después de haber sido sometidas a chantaje. Por un principio de responsabilidad que se saltan quienes toman a sus propios compatriotas como rehenes de una fantasmagoría política.
Sorprende en todo este galimatías la falta de debate sobre las garantías de una consulta exprés, improvisada en una semana bajo manifiesta precariedad democrática. Con una pregunta incomprensible y con una campaña en la que el poder tiene todas las ventajas, incluida la de una televisión que el presidente usufructúa con desahogo chavista. Con una papeleta en la que el no va por delante del sí. Y con la anomalía de que el Gobierno defiende el voto negativo a la propuesta que somete a aprobación, como hizo la UCD en el referéndum andaluz de 1980. La única oposición efectiva se la ha hecho a sí mismo el propio Gabinete al decretar un corralito para evitar que el pánico vacíe los bancos. En esta situación desquiciada Tsipras sólo pretende apuntalar su hegemonía política interna, cuestionada por el evidente fracaso de su promesa de abolir las obligaciones. El viejo truco victimista de señalar culpables ajenos. El clásico atajo cognitivo de los populismos.
Lo único que ha hecho Tsipras en cinco meses, además de quebrar el país, ha sido defender bajo la lógica de la desesperación su exacerbado dogmatismo ideológico. Ha fabricado un enemigo exterior –la troika y sus malvados banqueros– y creado un artefacto de confrontación nacionalista, un marco mental de gran simpleza. Ha sacrificado la ya exhausta economía de su nación a un designio político imperativo. El manual bolivariano: las colas en cajeros y gasolineras, la desesperación de los jubilados, el bloqueo de los pagos y el colapso de la normalidad forman parte de la creación de un imaginario de resistencia popular en el que el caos constituye el precio ficticio de la soberanía. Tras ese embeleco emocional propone la falsa solución de «empoderarlo» para abanderar la dignidad del orgulloso sufrimiento griego frente a la tiranía de los mercados. Si mañana sale el «sí» habrá que levantar en lo alto de la Acrópolis un monumento a la responsabilidad colectiva.