EL CONFIDENCIAL 04/06/14
FEDERICO QUEVEDO
Me van a permitir, a riesgo de ser tachado de inmodesto, que me reivindique. En esta profesión es muy corriente que determinados periodistas se apropien de los méritos de otros, pero lo cierto es que en este mismo periódico, en este mismo blog, titulado «Dos palabras«, 774 días antes de que se anunciara la abdicación del Rey, este que suscribe publicaba un artículo titulado «Llegó la hora del príncipe Felipe, según creen en el PP» (18 de abril de 2012) en el que daba cuenta de la preocupación en el seno del Gobierno por el deterioro de la imagen de la institución monárquica tras el accidente del Rey en la cacería de Botsuana, y afirmaba lo siguiente:
“De ahí que en el Gobierno, con una absoluta discreción que pretende alejar ese debate de la luz pública se estén planteando algunas soluciones que vendrían a servir de contrapeso a la actual pérdida de credibilidad de la Monarquía y evitar el debate sobre su continuidad. De hecho, fuentes del Gobierno señalan que para que esas propuestas tengan verdadero efecto deberían ser lideradas por el propio príncipe Felipe –’ha llegado su hora, no su hora de ser Rey, sino su hora de salvar la Institución’ dicen estas fuentes–, que debería ser él quien propusiera estos cambios tanto al PP como al PSOE, para buscar el máximo consenso posible dado que los mismos supondrían una reforma de la Constitución que requiere, si no la unanimidad, sí al menos la concurrencia de una mayoría muy cualificada de la sociedad española.
¿Cuál sería esa aparente solución? De lo que se trata, según estas fuentes, es de hacer frente a las principales críticas que dirigen los ciudadanos a la Corona: su falta de transparencia, su inmunidad y su falta de control. ‘Durante todos estos años se ha protegido en exceso a la Corona, incluso lo hace la propia Constitución en su artículo 56.3’, en el que se dice que el Rey es inviolable y no está sujeto a ninguna responsabilidad. Eso debería cambiarse, y parece haber consenso en las dos principales fuerzas políticas en que eso sea así. La propuesta que, insisten estas fuentes, debería liderar el Príncipe Felipe, es la aprobación por parte de las Cortes de un Estatuto de la Casa Real que estableciera algunos límites que ahora mismo no existen, básicamente en tres frentes:
El primero, dotando de absoluta transparencia a las cuentas de la Familia Real, de tal modo que las asignaciones presupuestarias aparezcan completamente pormenorizadas en los Presupuestos Generales del Estado, y puedan ser además objeto de auditoría contable por parte del Tribunal de Cuentas. Además, en sede parlamentaria, el Jefe de la Casa Real debería dar cuenta detallada del grado de cumplimiento de estas partidas.
El segundo, estableciendo por ley la prohibición de que los miembros de la Familia Real puedan dedicarse a negocios privados en nombre de la misma, de tal modo que su manutención provenga directamente de la asignación real y de sus trabajos directamente retribuidos por las empresas que los contraten, y siempre bajo una estricta supervisión por la correspondiente comisión parlamentaria.
· Siempre dije que el Rey abdicaría en esta legislatura, con una mayoría absoluta del PP que garantizaba la estabilidad suficiente como para que la sucesión en la Corona se produjera sin mayores aspavientos que los que pueda provocar una parte de la izquierda española que cuarenta años después ha decidido romper con el consenso de la Transición y cuestionar todo lo que se hizo entonces
Y el tercero, exigiendo al Monarca su comparecencia anual ante la comisión correspondiente del Congreso y el Senado para dar cuenta de sus actividades como jefe del Estado. El Estatuto establecería, además, los límites a la agenda privada del rey, e incluiría criterios muy concretos en lo que a los regalos se refiere”.
Unos meses más tarde, en septiembre de 2013, publicaba otro artículo en el que, bajo el título de «¡Abdique, Majestad!», y de forma directa y personal afirmaba que “modestamente, no concibo la Monarquía como forma de configuración del Estado, pero me ocurre lo mismo que le ocurre al gran escritor Arturo Pérez Reverte, que siendo republicano, se me quitan las ganas al ver las caras y los comportamientos de algunos e, incluso, de muchos. En España, por desgracia, la idea de la República está asociada a lo que ocurrió en este país en 1936 y, por lo tanto, secuestrada por la izquierda, y eso significa que si tengo que elegir a día de hoy prefiero la estabilidad que me garantiza la continuidad de lo que hay a la idea peregrina de darle a la izquierda la oportunidad de construir un modelo de Estado basado en unos principios que no comparto en absoluto.
Por lo tanto, mientras en España no seamos capaces de aceptar la república como una forma de configuración del Estado en lugar de como la insignia de una revancha a tomarse casi cien años después de aquellos sucesos que dieron lugar a una Guerra Civil, mejor quedarnos como estamos. Pero en el quedarnos como estamos tampoco cabe seguir manteniendo a un jefe del Estado que físicamente está muy deteriorado y que anímica y políticamente está muy tocado por los muchos escándalos que han rodeado a su figura, Majestad”.
Pues bien, se han cumplido mis previsiones y mis deseos. Siempre dije que el Rey abdicaría en esta legislatura, con una mayoría absoluta del Partido Popular que garantizaba la estabilidad suficiente como para que la sucesión en la Corona se produjera sin mayores aspavientos que los que pueda provocar una parte de la izquierda española que, inexplicablemente, cuarenta años después ha decidido romper con el consenso de la Transición y cuestionar todo lo que se hizo entonces y que nos ha traído décadas de paz y prosperidad. Pero la decisión del Rey no es indiferente al hecho de que la Monarquía pasa por su peor momento en lo que a imagen pública se refiere, y no es ajena a la constatación de que para garantizar su continuidad necesita una profunda regeneración, y que ese reto no lo podía llevar a cabo un rey en sus horas bajas.
Nunca antes la efervescencia republicana había sido tal, y si era necesario aplacarla había que empezar por ofrecer al pueblo una víctima detrás de la cual va a llevarse también la caída en desgracia de una infanta y su marido, como ejemplo de que ni siquiera la más alta institución del Estado está libre del poder de la Justicia. Del poder del pueblo, en definitiva. ¿Es eso suficiente para convencer al país de que la monarquía parlamentaria sigue siendo la mejor forma de configuración posible del Estado? Sin duda, no. Si el Príncipe, dentro de una semanas Felipe VI, quiere llevarse tras de sí a la mayoría del pueblo español, tendrá que liderar cambios notables en las formas y el fondo, en las actitudes y en los comportamientos, en la transparencia y en la comunicación.
Yo creo que puede hacerlo, pero tiene que dar pasos en esa dirección desde el primer instante, desde esas palabras que hoy vamos a escuchar de sus labios en su primera intervención ahora que sabemos que va a ser rey en pocos días. Si lo hace, es más que probable que en aras de la estabilidad y la tranquilidad la mayoría de la sociedad española le respalde y le acepte. Pero si no lo hace, si desde el principio busca un escenario de impunidad parecido al que durante años tuvo su padre –equivocadamente, como se ha demostrado–, nada ni nadie puede garantizar que lo que hoy es sólo un brote que puede aplacarse no acabe siendo una ola enorme de sentimiento republicano que alcance a la mayoría social. Y no hay que olvidar que en este país los monárquicos siempre fueron pocos, cabían en un taxi como los liberales, y que las izquierdas y las derechas han sido de tradición republicanas.