Jon Juaristi-ABC

  • Rodolfo Martín Villa es el más destacado sobreviviente de los inventores de la Transición. Por eso lo acosan, no hay otro motivo

Si tuviera que elegir los dos textos breves más rotundamente claros, veraces y conciliadores sobre la guerra civil de 1936 a 1939 y la transición desde el franquismo a la democracia, esos serían, respectivamente, «La guerra civil. ¿cómo pudo ocurrir?», de Julián Marías, y «Claves de la Transición. El cambio de la sociedad, la reforma en la política y la reconciliación entre los españoles», el discurso pronunciado por Rodolfo Martín Villa en el acto de su recepción como miembro de número en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, el 26 de noviembre de 2013. Si por mí fuera, los haría de lectura preceptiva en todos los centros de enseñanza de España.

Tienen mucho en común ambos textos. Tanto Marías como Martín Villa tuvieron papeles destacados en los acontecimientos que relatan. No fueron sus principales protagonistas, pero supieron contarlos e interpretarlos con honestidad e inteligencia, y, sobre todo, con una sorprendente ausencia de rencor. Ambos recurren al concepto orteguiano de generación. Marías, que tenía 22 años cuando estalló la guerra, subraya y deplora el hecho de que muchos de sus principales incitadores pertenecieran a la más destructiva de las generaciones de la historia europea contemporánea, una generación kali-yuga, para decirlo al modo orteguiano, la que Marías llama «de 1886 (los nacidos entre 1879 y 1893)». Martín Villa recurre a una cita de Raymond Carr y Juan Pablo Fusi para referirse al factor generacional, si no decisivo, importantísimo en los que hicieron la Transición. De los que como él procedían del falangismo, Fusi y Carr decían que se trataba de jóvenes nacidos hacia 1930-1940, que no habían luchado en la guerra civil, y que formaban un grupo «mayoritariamente liberal, dialogante y europeísta», lo que «no era obstáculo para que muchos de ellos ocupasen cargos públicos, aceptasen la legalidad del sistema y, en suma, asumiesen las responsabilidades que se derivaban de su integración política en el Régimen. Creían en la reforma desde dentro, no en la revolución desde fuera». Juan Pablo Fusi, por cierto, es el autor del prólogo al texto de Marías, publicado en 2012 por la editorial Fórcola.

A comienzos de los ochenta, varios miembros de los partidos políticos democráticos nos reunimos en Collado-Villalba para hablar del terrorismo de ETA. Durante la cena, Mario Onaindía, a la sazón secretario general de Euskadiko Ezkerra, le dijo a Rodolfo Martín Villa: «La verdad, no sé cómo nos seguíais manteniendo en la cárcel en 1977, cuando ya nos habíamos vuelto unos adocenados socialdemócratas». Mario Onaindía había sido condenado a muerte (e indultado) en el Consejo de Guerra de diciembre de 1970 en Burgos contra los dirigentes de ETA. Rodolfo sonrió con amable ironía. «Ya, socialdemócratas…», dijo. Mario (y yo mismo, que le acompañaba representando al mismo partido) habíamos creído en la revolución desde fuera. Afortunadamente, ganó la reforma desde dentro, lo que hacía posible que cenáramos unos y otros en paz, armonía y amistad cuando sólo habían transcurrido cinco años desde la Amnistía de 1977. El pasado lunes se cumplieron 17 de la muerte de Mario Onaindía, senador del Reino de España por el PSOE.

Mario Onaindía, y con él la mayor parte de los que hicimos la transición a remolque de los reformistas, aprendimos pronto la diferencia entre un gran demócrata como Rodolfo Martín Villa y los asesinos de ETA o del FRAP. Algo que la indecente y putrefacta izquierda del presente, que nunca arriesgó lo más mínimo por las libertades políticas, finge desconocer, porque busca la guerra civil y no otra cosa. Leyendo a Julián Marías, uno teme que acabe consiguiéndolo.