Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
La situación del empleo en España es muy curiosa y nada fácil de entender. Ocupamos los puestos de cabeza en la tasa de paro y, a la vez, los empresarios se quejan de que no encuentran suficientes candidatos para cubrir las plazas que necesitan. No hay duda de que la excesiva lejanía que mantienen los sistemas educativos y productivos es una de las causas de semejante disfunción.
Una vez, en mi estancia en la universidad, participé en un grupo de trabajo destinado a elaborar un nuevo plan de estudios. Se trababa de una facultad de Empresariales que se ufanaba, con razón, de estar centrada en el mundo de la gestión de empresas. Bueno, pues en mi insondable temeridad se me ocurrió sugerir que enviásemos a todos los antiguos alumnos un cuestionario en el que nos pudiesen ilustrar sobre qué materias su conocimiento les había resultado más útil y cuáles les habían resultado innecesarias. Pensaba que ellos nos podrían hacer el mejor esqueleto del plan de estudios, al que habría que añadir las asignaturas teóricas que siendo aparentemente innecesarias resultaban fundamentales como soporte de todo lo demás. Bueno, pues fui abroncado sin piedad, acusándome de proponer el plan de estudios de una academia y no el de una facultad universitaria.
Pero no es solo eso. La ‘actitud’ de la ciudadanía frente al empleo es incomprensiblemente negativa y el entramado de ayudas sociales establecido concede una protección que hace dudar. No se trata solo de que a la gente le guste más o menos trabajar. Es que trabajar es necesario para sostener el entramado económico, para disponer de un saludable equilibrio emocional, de un elevado nivel de bienestar y para construir un tupido entramado de solidaridad. Me refiero a las dudas que surgen cuando el nivel de las ayudas se acerca demasiado al nivel de los salarios menos elevados. ¿Compensa madrugar todas las mañana si el rendimiento final del esfuerzo es solo un poco mayor que el de quedarse en la cama?
Por eso estoy completamente a favor de la exigencia europea, que deberá admitir hasta nuestra sin par vicepresidenta segunda, de retirar las ayudas al paro a quienes renuncien a un trabajo ofrecido y se nieguen a formarse en las aptitudes exigidas en los trabajos ofertados. Las ayudas sociales son una exigencia de la justicia y de la convivencia social y son imprescindibles en las actuales circunstancias. Pero las ayudas hay que darlas a quienes las necesiten -por supuesto- pero que también las merezcan. Si pudiendo hacerlo el beneficiado no se ayuda a sí mismo, no puede exigir que lo hagan los demás. Eso es como regar piedras.