ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 28/10/15
· Ayer, mientras la Policía registraba la casa del que fue durante 23 años presidente de la Generalidad de Cataluña, una coalición formada por lo que queda de su partido, Esquerra Republicana y veteranos del movimiento okupa, registraban en el Parlamento de Cataluña una declaración de independencia que desprecia los derechos políticos de los españoles y propugna la liquidación del Estado. La coincidencia gramatical es uno de los azares con que el espíritu de la lengua obsequia incluso a sus escépticos. Los dos registros están vinculados y metaforizan la descomposición del régimen que se inició en 1980, con la primera victoria de Jordi Pujol.
Es difícil sostener que la corrupción familiar de los Pujol sea independiente del tipo peculiar de impunidad que da el nacionalismo, una ideología que como prueban estos últimos 30 años catalanes pervierte la democracia hasta hacer irreconocibles algunos de sus rasgos básicos. Y, por supuesto, el intento de secesión, por la ley, o como aquí y ahora se pretende, por la fuerza, es el destino natural de todo nacionalismo.
La descomposición del régimen pujolista ha traído y traerá a Cataluña y al resto de España malas consecuencias. Una manera de amortiguarlas sería apelar a la responsabilidad del presidente Artur Mas y de sus aliados. Pero su proyecto político se basa, precisamente, en la irresponsabilidad. La última prueba es su nulo compromiso con las leyes de cuyo cumplimiento anuncian, ya en la misma declaración, que no van a hacerse responsables. Descartada la responsabilidad, sólo queda la firmeza, y está en manos de las autoridades democráticas, con el presidente del Gobierno a la cabeza.
Es evidente que no siempre la ha ejercido. La declaración que leyó ayer solemnemente en La Moncloa debió haberla leído en las vísperas del 9 de noviembre, cuando un hecho nítido y crucial, un hecho y no una declaración, como el de la convocatoria de un referéndum amañado e ilegal, dejó el Estado a la intemperie. No lo hizo, fiado en el sentido de la responsabilidad que atribuyó a Mas, y en la pésima información servida por una nutrida tropa de intermediarios afiliados al tercerismo y al caixa, cobri.
Nadie puede probar que la intervención del Gobierno antes del 9 de noviembre hubiera servido mejor que su indolencia a la causa democrática. Pero hay una lógica elemental del movimiento a la que no puede escapar ni la política más sofisticada: cuantos más pasos se dan hacia delante más largo y penoso es retroceder. Es difícil que Mas y el delirante proceso que puso en marcha hace tres años decidan volver atrás. Por lo tanto se avecinan tiempos sombríos para los catalanes, en primer lugar, y para el conjunto de los ciudadanos españoles.
El derrumbe de un régimen autoritario (y lo fue el pujolismo, la «dictadura blanca» que tan precozmente observó Tarradellas: su última expresión es el desprecio a la democracia que supone la tentativa secesionista) suele comportar zozobras de todo género. Los happenings familiares de las últimas Diadas se han acabado. En el horizonte se vislumbra la intervención de la autonomía y algunos disturbios en las calles: quizá vuelvan, desastrosamente, a Barcelona aquellas violencias que cesaron casi por ensalmo, y de modo tan curioso, hace tres años. La duración e intensidad de la crisis dependerá de la firmeza y del sentido político del Gobierno. De este, pero sobre todo del Gobierno que venga.
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 28/10/15