Regla de oro: No enfrentarse

JUAN ANTONIO SAGARDOY BENGOECHEA, ABC – 14/08/14

· «La sociedad actual en la que vivimos tiene una enorme carencia de liderazgo. De personas de altura intelectual y moral que tengan “auctoritas” más que “potestas”. No tanto el poder para forzar o coaccionar, como así lo definía Weber, sino el arte de conseguir que las personas hagan lo que les indicas debido a tu influencia»

Vivimos en una sociedad acomodaticia y blanda ante las exigencias morales. Decía Josep Plá que «en este país hay una manera cómoda de llevar una vida suave, tranquila y regalada; consiste en apuntarse al extremismo razonable y lavarse las manos pase lo que pase». Tal pensamiento que tanto se practica, sobre todo en el terreno político, es una constante en la vida social actual, tanto en el ámbito familiar como en nuestras relaciones personales. Y ya no hay «dictadura» paterno-filial sino filio-paternal. Cuando a edades tempranas de los hijos los padres se enfrentan a éstos por exigencias claramente desaconsejables, suelen ceder, a pesar de sus principios, por eso de no enfrentarse, de no tener conflicto. El «déjalo» se ha convertido en talismán y el conflicto, que supone decir que no, en algo indeseable; en algo de lo que hay que huir aunque en el camino se dejen jirones de principios.

Y en la vida social el panorama es muy similar. Cuando tenemos que enfrentarnos en el plano amical, mercantil o laboral a decisiones incómodas solemos optar por no entrar en conflicto y dejar pasar. Sabemos cuáles son los principios y cuál es el comportamiento pero no sufrimos lo necesario para ponerlo en práctica. «Lavarse las manos pase lo que pase». Nadie se atreve a entrar en el terreno de lo que ha venido a llamarse «políticamente incorrecto». Hay miedo a la reacción de las redes sociales, a la opinión ajena, al que dirán, y eso, lamina el liderazgo moral y la implantación social de principios inmutables en nuestras vidas.

Hablando del vergonzoso espectáculo de las reacciones de mucha gente, sobre todo en las redes, ante el accidente que sufrió no hace mucho la delegada del Gobierno en Madrid, Ignacio Camacho, en un soberbio artículo, decía en estas páginas que «la simple complicidad pasiva, en este y otros casos similares que afectan a todos, revela la falta de arrojo que agarrota a unos dirigentes encogidos por su falta de convicción y su pésima proyección social. Y dejan la política reducida a la mera función de comparsa de emotivos sentimientos primarios que anulan su verdadera grandeza: la de fijar horizontes morales y abrir las rutas para alcanzarlos».

Sin principios morales universales no puede haber bondad en el sentido metafísico. Y lo bueno, lo malo, lo justo, lo injusto, son valores universales como defendió magistralmente Sócrates. En el polo opuesto los sofistas decían que son los individuos o grupos humanos los que según las circunstancias y según su conveniencia determinan «lo que está bien» y «lo que está mal» en cada caso. Protágoras lo definió muy bien cuando dijo que «el parecer de los hombres es la medida de todas las cosas». El relativismo moral que tanto ha dado que hablar y pensar, tiene a mi juicio, el gran peligro de la inestabilidad y de la precariedad. De ahí que los principios universales de contenido ético, moral y social, den seguridad a las personas y a sus vidas. Tener principios resulta esencial, pero curiosamente el relativismo nos ha llevado a identificar a las personas con principios con personas radicales e intolerantes.

Pero ello no debe llevarnos, evidentemente, al otro extremo como es el inmovilismo autoritario. La firmeza en los criterios es totalmente compatible con la tolerancia, pero con líneas rojas. Saber que éstas existen y cuáles son, resulta fundamental para una sana convivencia social.

La sociedad actual en la que vivimos tiene una enorme carencia de liderazgo. De personas de altura intelectual y moral que tengan «auctoritas» más que «potestas». No tanto el poder para forzar o coaccionar, como así lo definía Weber, sino el arte de conseguir que las personas hagan lo que les indicas debido a tu influencia. Incluso a nivel político, como ha dicho el primer ministro francés Miguel Valls «si no hay autoridad se derrumba la democracia». Cuando uno echa una mirada hacia la historia reciente y piensa en Churchill, Adenauer, Gandhi, Mandela, De Gaulle, Juan Pablo II, Ortega y Gasset, la Madre Teresa, y tantas otros que han encendido mentes, corazones y voluntades de millones de personas, le entra a uno, una gran melancolía. No cito a los negativos, como Stalin y Hitler, como máximos exponentes de un liderazgo nefasto, pero ahí están también.

Claro que para que el liderazgo funcione se necesita un mensaje de valores sólidos y ejemplaridad en el que lo lanza. Y de eso es de lo que andamos bastante huérfanos. Ideas claras a las que atenerse –casi diría aferrarse– y admiración hacia la conducta del líder político, social o cultural.

Si por el contrario, los líderes, especialmente los políticos, escandalizan por su conducta –léase corrupción– aunque el mensaje sea positivo las consecuencias son nefastas para su implantación. Nunca sabremos el nivel concreto de ruina de la vida pública que se ha alcanzado con las conductas corruptas.

Finalmente quiero llamar la atención sobre lo saludable que resulta el que en nuestra vida social defendamos nuestros principios, sin vergüenzas ni complejos. Por ejemplo a nivel de patriotismo. Hoy, entre nosotros, hemos llegado a la desgracia de avergonzarnos de ser patriotas o de proclamarlo. Banderas, himnos y nomenclatura referentes a España casi se utilizan en voz baja, salvo en el caso de los grandes éxitos deportivos de España. Como muy bien dice Miguel Valls, «ser patriota es querer a los tuyos y ser nacionalistas odiar a los otros». Y lo mismo que hablo del patriotismo puedo referirme a otros muchos aspectos de la vida en común sobre los que tenemos, incluso mayoritariamente unas ideas muy claras, pero con mucho temor de defenderlas en el ámbito público, so pena de caer en el estigma de intolerante e incluso, lo que se ha venido en llamar «facha». ¡Cuánto silencio cómplice!

Y todo ello tiene que ver con la ausencia de unos principios claros y cierto arrojo para defenderlos y es que la firmeza en los principios no está reñida con la tolerancia como he dicho anteriormente.  Es más, la grandeza de ser tolerante solo la poseen los que tiene firmes principios.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea, es miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

JUAN ANTONIO SAGARDOY BENGOECHEA, ABC – 14/08/14