Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 25/11/11
Le oí narrar un día a Julio María Sanguinetti, en una cena celebrada tras su investidura como doctor honoris causa por la Universidad compostelana en la que me cupo el honor de oficiar como padrino del entonces presidente de Uruguay, una anécdota que nos hizo a todos los presentes reírnos a mandíbula batiente. Al parecer, Fidel Castro le había contado a Sanguinetti que cuando tenía un problema político pensaba en cómo lo resolvería Gorbachov… para hacer luego justamente lo contrario.
Ese sería el mejor consejo que podría dársele a Rajoy para afrontar una de las decisiones más complejas que tiene ahora por delante, a saber, la de elegir a los miembros del Gobierno: que piense en cómo actuaba Zapatero y haga lo contrario.
Y es que, salvo en algunos pocos casos, Zapatero seleccionó a sus ministros sin tener en cuenta para nada su capacidad y su experiencia y cuidando, por el contrario, que los nombrados tuvieran un perfil profesional y político tan bajo que nadie pudiera hacerle sombra. Así se aseguraba el presidente de que los miembros del Gobierno se caracterizaran sobre todo por un rasgo: la ciega obediencia a sus decisiones (tantas veces disparatadas), que nadie debía atreverse a discutir.
De hecho, los pocos que no se ajustaron a ese perfil (López Aguilar o Jordi Sevilla, por ejemplo, gente muy bien preparada, con criterio y experiencia, lo que los hacía ser discutidores) fueron borrados de un plumazo por molestos. Eso dejó a Zapatero el campo libre y le permitió ir preparando un regalo de despedida inolvidable: el descalabro histórico del PSOE, que quedaba, eso sí, lleno de dirigentes obedientes… e incapaces.
Aunque por motivos casi opuestos, Rajoy debería hacer, pues, con Zapatero, lo que Fidel con Gorbachov: fijarse en sus errores para no cometer los que condujeron al Gobierno ahora en funciones a estar dirigido por un incompetente, además de por un irresponsable, que, sin embargo, no tenía nadie alrededor para discutir sus ocurrencias.
La garantía de un buen Gobierno no es para Rajoy nombrar a los más fieles y obedientes, aunque sean unas acémilas, sino escoger entre los mejores política y profesionalmente, gentes de alto perfil que se atrevan a decirle cuándo acierta y cuándo se equivoca, y cuándo hay que hacer lo contrario de lo que su primo, o un cuñado o un amigo, aconseja al presidente.
Porque a la vista de la regla general de que los jefes de Gobierno acaban siempre secuestrados por su ciega vanidad, resulta indispensable que coloquen en su entorno a gente capaz de hacerlos volver a lo terráqueo. Si alguien hubiera hecho esa labor con Zapatero es posible que no estuvieran hoy los socialistas arrepintiéndose de que nadie se atreviera a lo que tanta gente sabía dentro del PSOE que era urgente: pararle los pies al presidente.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 25/11/11