CARMEN MARTÍNEZ CASTRO-EL DEBATE
  • En esta jornada se enfrentan el independentismo irredento que encarna Puigdemont y el soberanismo cansado que tiene en Salvador Illa a su candidato
Ha pasado la campaña catalana sin que la amnistía o el referéndum de autodeterminación hayan sido apenas objeto de debate público. Los socialistas han preferido el argumento de la máquina del fango a la defensa de una amnistía que, según presumen, ha pacificado Cataluña; los independentistas tampoco han mantenido el tono aguerrido de sus representantes en Madrid y hasta Vox y el PP han priorizado los problemas de la inmigración ilegal a la amenaza de un nuevo procés. Los optimistas celebran que en los debates de esta campaña se haya hablado más del funcionamiento de los servicios públicos que de la independencia y ven en ello la prueba de un cambio de eje en la política catalana: después de una década de extenuante soberanismo los catalanes habrían vuelto a interesarse por las cosas del comer.
Esperemos que las encuestas acierten y esta noche las urnas no arrojen una nueva mayoría independentista que ponga a prueba tanto wishful thinking. Pero hasta ese momento cabe preguntarse si esta campaña no habrá servido para alumbrar un nuevo oasis catalán, otro trampantojo más para la colección de ficciones que acumula la política en ese territorio. ¿Amnistía?, ¿qué amnistía?, ¿autodeterminación?, ¿referéndum? De qué rarezas me habla usted. Aquí hemos pasado página de tanta tensión. Tenemos un candidato huido de la justicia que hace campaña en Francia y a pesar de ello va a ser el segundo más votado por los catalanes, pero todo está en orden. El nuevo orden del soberanismo cansado.
Curiosamente en Madrid los independentistas muestran un brío a prueba de cualquier fatiga electoral. Los catalanes no han querido hablar de la independencia durante esta campaña, pero a los representantes que envían a Madrid no se les cae el referéndum de la boca ni se cansan de lanzar soflamas contra nuestro Estado de Derecho. El procés puede haberse fatigado en Cataluña pero después de haber conseguido un éxito indiscutible: se ha trasladado con toda su toxicidad a la política nacional. Buena parte de los españoles hoy nos sentimos como aquellos catalanes de 2017, atropellados por una mayoría parlamentaria y por un gobierno decididos a retorcer la ley y pisotear sus derechos.
Ahora, como entonces, las instituciones se encuentran sometidas a unas tensiones políticas para las que no fueron diseñadas. Igual que entonces se descalifica a la justicia por cumplir con su misión, se miente al por mayor y una gran parte de ciudadanos nos sentimos agredidos por una mayoría parlamentaria que, como aquella, no pretende gobernar sino cambiar las reglas de convivencia sin tener los votos necesarios para ello.
En esta jornada se enfrentan el independentismo irredento que encarna Puigdemont y el soberanismo cansado que tiene en Salvador Illa a su candidato. Habrá quien celebre un hipotético gobierno de Illa como un mal menor, pero esta escaramuza electoral, cualquiera que sea su resultado, no deja de ser otro espejismo. No hay tal contienda. El futuro de los catalanes y de los españoles no se está decidiendo hoy en las urnas, lo están negociando a cencerros tapados en Bruselas, en Ginebra o en cualquier otro lugar ajeno al control democrático los enviados de Sánchez y de Puigdemont. Y ese pacto es el que nos van a vender como el nuevo oasis catalán.