Editorial El Mundo
EN VIDA de Sabino Arana el PNV ya se vio zarandeado por la pugna entre moderados posibilistas y radicales antiespañolistas que en las primeras décadas del siglo XX rompió el partido. Las dos almas del nacionalismo vasco han persistido hasta hoy en un equilibrismo de apariencia imposible que sin embargo reporta pingües beneficios a los peneuvistas. Éstos nunca han dudado en poner una vela a Dios y otra al diablo en una estrategia tan cínica como pragmática que, en todo caso, convierte a sus dirigentes en grandes «aprovechateguis», por usar el término que Rajoy endosó a Rivera.
Y así se dan situaciones kafkianas como la de ayer, cuando el PNV se erigió en muleta salvadora del Gobierno en el Congreso de los Diputados, dando su respaldo a los Presupuestos por «responsabilidad» y para «evitar el abismo» de la inestabilidad, en palabras de Aitor Esteban. Todo a la misma hora en la que en Vitoria pactaban con Bildu el preámbulo del pretendido nuevo Estatuto vasco que recupera la obsesión de la nacionalidad vasca de Ibarretxe y dibuja un Estado Autónomo Vasco que mantendría, de tú a tú, una relación de bilateralidad con España. Ahí es nada. Al PNV, desde luego, no le gana nadie a la hora de cabalgar la contradicción.
No fue el bilbaíno Aresti sino el madrileño Quevedo quien sentenció que poderoso caballero es don dinero. Los nacionalistas vascos no han tenido problema en desdecirse de sus promesas y en abjurar de sus principios, dejando en papel mojado su amenaza de que nunca apoyarían las cuentas del Estado mientras el artículo 155 siguiera vigente en Cataluña. Tras la calculada modulación del tono y la reflexión jesuítica de los últimos días, el PNV hizo ayer lo previsible después de tantas prebendas como ha conseguido arrancar al Gobierno.
Una vez más, nos encontramos ante la insufrible anomalía de nuestra democracia por la que los partidos nacionales son rehenes de formaciones nacionalistas a la hora de sacar adelante la principal ley de toda legislatura, que son los Presupuestos. Con el desafío independentista catalán y con la amenaza en el horizonte de otro pulso similar en Euskadi –en Cataluña también empezó todo, no lo olvidemos, con una reforma del Estatut y un preámbulo inconstitucional similar al propugnado ahora por PNV y Bildu–, se echa más que nunca en falta que el constitucionalismo recupere la iniciativa. El PSOE ha perdido una valiosa oportunidad para anteponer el interés general al electoralismo partidista. Debiera haberse avenido a negociar las cuentas, o al menos desbloquearlas con alguna abstención para atajar el voraz chantaje del PNV.
Resulta frustrante que la estabilidad ganada con la aprobación de unos Presupuestos se cobre siempre al precio fijado por los nacionalistas. Un precio que, para colmo, despierta los recelos de Bruselas respecto del control del déficit, amenazado por nuevas cesiones.