- El delito de abuso sexual se ha volatilizado. El tocón de metro, el viejo verde al que se ahuyenta con un grito, o el compañero de clase bebido en una fiesta ven sus excesos reprobables y a menudo punibles, bajo el mismo tipo que el de los violadores
Ella denuncia haber sufrido una agresión sexual a manos de Errejón y el caos se apodera de la binaria mente del woke español. Se evitará mirar de frente el tema durante meses, pero el elefante sigue instalado en la sala de estar, y ya no hay manera de engañarse, ni de engañar al prójimo. Él trajo el wokismo puro. En la izquierda española, era quien mejor conocía (sí, todo en pasado) las ideas de Ernesto Laclau, padre de la estrategia que acabó trastocando a la izquierda mundial e hipnotizando a la derecha convencional. En el credo profano del nuevo progrerío venía un dogma: las mujeres nunca mienten al denunciar una agresión sexual. Combinen esta premisa con la subsunción bajo un mismo epígrafe de conductas sustancialmente distintas.
Así, la violación es un tipo agravado del delito de agresión sexual. Por otra parte, el delito de abuso sexual se ha volatilizado. El tocón de metro, el viejo verde al que se ahuyenta con un grito, o el compañero de clase bebido en una fiesta ven sus excesos reprobables y a menudo punibles, bajo el mismo tipo que el de los violadores. ¿No banaliza eso la violación, severamente castigada desde siempre? Alguna razón habrá —lean a Camille Paglia— para que el nuevo feminismo desproteja a la mujer. En realidad, el nuevo feminismo no merece el término de feminismo porque bajo su influjo doctrinal y cultural es imposible la mera definición de «mujer». Un problema que Trump acaba de solventar en EE. UU. valiéndose del mero sentido común. El término a aplicar al borrado de la mujer es el de «ideología de género».
Regresemos a lo nuestro. El político varón que con más ahínco sostuvo que la mujer nunca miente en estas materias fue Errejón. Y acabó encontrándose con una amarga copa de su propia medicina. Puesto que solo alguien sin seso podría creer que la denunciante de Errejón es una inesperada excepción (la única mujer que miente, confirmando la regla), no queda más remedio al woke y la woke (toma desdoblamiento) que reconocer lo obvio: quienes mentían eran ellos. Pero esta conclusión, a la que obliga la lógica, debería por sí sola derribar el edificio moral de la izquierda contemporánea española, especialmente agresiva bajo el ministerio de Montero, y siempre férrea en sus consignas. Precisamente a las consignas aludió Errejón para justificar su incoherencia: en la vida real no se habla con consignas. Cierto. Pero eso lo ignoraba hasta ayer mucha gente que jamás ha tenido contacto personal con los padres españoles del ‘wokismo’: la podemia, hoy repartida entre el original y Sumar, con su veneno inyectado al PSOE más unos cuantos políticos del PP fuertemente contaminados. No se habla con consignas porque el lenguaje woke no es realista, no pertenece a la dimensión humana, sino al mito, es performativo por cuanto su mero uso equivale a un acto político. Y es injusto. Aunque este punto solo lo hayan admitido los woke (no todos) cuando han visto volar el bumerán de vuelta.