Luis Daniel Izpizua, EL PAÍS, 28/7/2011
El horror del asesinato de Miguel Ángel Blanco se extiende a toda la historia de ETA, y su dolor al de todas sus víctimas. Este es el relato básico en el que tendremos que estar de acuerdo y con el que Urrusolo lo está de hecho cuando pide a ETA -y más allá, a toda la izquierda abertzale– que reconozca el dolor causado. Sin ese reconocimiento no podrá darse una convivencia normalizada.
Bellísima la corniche entre Zumaia y Zarautz el pasado domingo. Un esfumato celeste de tonos grises y el mar como una lámina sólida de mica. Alguna forma cenicienta parecía dibujar en la altura un empeño por liberarse, por alentar un vuelo pese a su quietud, y soñé con un ave, quizá un albatros de espuma, que se posara sobre el metal marino y depositara un huevo. No tuve ninguna duda de que lo único que podría brotar de aquel huevo sería una idea. ¿De qué forma podría manifestarse ésta, cabría para ella algún tipo de visibilidad? Tal vez fuera una fórmula, la expresión definitiva que resolviera las irreconciliables diferencias que nos enfrentan, esa maraña en la que el dolor y el triunfo se enredan y que parece imposible que pueda desliarse algún día. En los conflictos humanos, sin embargo, las fórmulas tienen escasa validez y no son las ideas, sino los relatos, los que al parecer han de confluir para que se reinstaure algún tipo de concordia. Si la historia sólo ocupara el pasado, la celebraríamos como un don inocuo. Pero, no, la historia verdadera la llevamos impresa en la carne, y no hay lejanía desde la que no pueda anunciarnos su presencia aquí y ahora.
Tenemos relatos y es también de ellos de los que habla Joseba Urrusolo en una entrevista reciente. Sostiene que será difícil llegar a un relato compartido del papel de ETA y que los habrá diferentes según los distintos puntos de vista. Y añade: «pero quizá lo importante será llegar a compartir un relato de lo que no debió ocurrir». La frase suscita mi interés y me pregunto por el alcance de esa exigencia. Si fue ETA lo que no debió ocurrir, la aceptación de ese relato supondría su condena. Las palabras posteriores de Urrusolo me parece, sin embargo, que limitan ese alcance. Son determinadas actuaciones de ETA, especialmente crueles – pienso en Hipercor, en el asesinato de Miguel Ángel Blanco, etc.- las que no debieron ocurrir. Es decir, no debieron ocurrir justo aquellas actuaciones que indujeron a un cambio de relato, al paso de la ETA-Robin Hood, cuyas acciones hallaban justificación en el célebre «algo habrá hecho», a la ETA-Al Capone, indefendible hasta para sus propios militantes, véase el mismo Urrusolo.
La distinción entre actos y actos, además de ingenua, resulta cruel para el sufrimiento de quienes los padecieron. El horror del asesinato de Miguel Ángel Blanco se extiende a toda la historia de ETA, y su dolor al de todas sus víctimas. Este es el relato básico en el que tendremos que estar de acuerdo y con el que Urrusolo lo está de hecho cuando pide a ETA -y más allá, a toda la izquierda abertzale– que reconozca el dolor causado. Sin ese reconocimiento no podrá darse una convivencia normalizada. Tampoco podrán liberarse todos los relatos, esos otros relatos que también implican sufrimiento y que han de tener acogida y reconocimiento en una sociedad que hallará su salvación, más allá de los relatos, en el ejercicio activo de sus valores morales.