Ignacio Camacho-ABC
- El poscomunismo sobrevive en España porque una sociedad anestesiada ha perdido el respeto a la civilidad democrática
Mientras el Gobierno cubano acosa y detiene a activistas de la oposición en vísperas de otra protesta, en España hay ministros simpatizantes y abiertamente defensores del castrismo. Y por supuesto de su correlato venezolano, inspirador político y patrocinador financiero del único partido comunista que forma parte de un Ejecutivo europeo. Lo curioso del caso es que Podemos pretendió absorber al PC y a IU, a los que incluso rescató de la quiebra técnica para subsumirlos en el proyecto rupturista de Iglesias, y ahora está a punto de disolverse en una plataforma de extrema izquierda respaldada por Comisiones Obreras y liderada en la sombra por la vieja organización experta en entrismo y resistencia. Y ahí está Yolanda Díaz de prologuista del
‘Manifiesto’ de Marx y Engels, esa reliquia que define como un canto a la libertad de plena vigencia, ajena a la caída del muro de la ignominia que las nuevas generaciones ya apenas recuerdan porque la pedagogía liberal se ha echado la siesta confiada en una victoria que creía definitiva, sólida, irreversible, eterna.
Grave error éste de dar por aniquilado el orden autoritario sin comprender que sus herederos empezaron de inmediato a circular bajo el pasaporte falso del progresismo democrático, el camuflaje de respetabilidad que les ha abierto paso en el declinante modelo político contemporáneo. El salvoconducto que concede impunidad moral para reivindicar el legado siniestro de un siglo de tiranías establecidas sobre una pinza de miseria social y terror asesino. El que permite a Alberto Garzón pintar con los colores del movimiento LGTB la hoz y el martillo, símbolo de los regímenes que más y con mayor crueldad han reprimido la homosexualidad y lo siguen haciendo hasta hoy mismo. El que aprovecha el complejo de culpa y autoodio de una comunidad víctima de inexplicable remordimiento para colarle la impostura del añejo discurso antioccidental disfrazado de regeneracionismo moderno. El que maquilla su designio de destrucción del sistema con la pátina de un nuevo aliento ético.
El éxito de supervivencia del poscomunismo en España sólo lo explica la certeza de una sociedad anestesiada que ha perdido la conciencia del valor de la democracia. Porque aunque esas formaciones y marcas sean electoralmente minoritarias han logrado imponer los marcos mentales de su programa y de su ideología en el pensamiento dominante de una nación desestructurada, sacudida por una letal crisis de desconfianza. El virus populista ha contaminado las instituciones y la opinión ciudadana hasta destruir los anticuerpos que las protegían de la infección totalitaria y propiciar el declive de la libertad como principio rector de la convivencia civilizada. Esa libertad que por la costumbre de disfrutarla puede llegar a parecer una noción abstracta cuyas virtudes sólo cobran importancia, como en Cuba o Venezuela, cuando faltan.