EL CORREO 14/03/14
IÑAKI EZKERRA
· Como ayer el terrorismo, hoy es, paradójicamente, su desaparición la que nos coge a contrapié
El innegable esperpento que supuso la escenificación del primer paso de ETA en la anunciada entrega de sus armas fue el mayor golpe que podía recibir la banda y toda la escenografía –ya de por sí precaria– del ‘proceso’, esa sopa de letras y comisiones intermediadoras que Jonan Fernández ideó para disfrazar y atenuar la estrepitosa derrota de la ‘estrategia armada’. Precisamente porque estamos en un ‘tiempo nuevo’ (todo tiempo lo es, ya que en eso reside la característica esencial de la temporalidad: en dejar viejo el ayer más reciente), Jonan Fernández, su retórica, su negociado, sus actores y animadores se han quedado tan obsoletos como la misma ETA e inspiran tan poco interés como el comunicado que ésta hizo público el 1 de marzo. Por desgracia, lo que también se observa es una llamativa incapacidad en buena parte del mundo constitucionalista para dar una respuesta que evidencie la extemporaneidad e irrealidad en las que ETA vive instalada. En vez de eso, los vestigios orgánicos de lo que fue el Movimiento Cívico Vasco, hoy reciclados en partidos políticos (UPyD y Vox) así como en asociaciones y fundaciones satélites de éstos, se alían con el peor amarillismo mediático, y con unos dinosaurios del periodismo cortesano que nunca se comprometieron contra la ETA que mataba, para magnificar ahora el peligro que encarna la ETA que no mata y monopolizar la contestación ciudadana a ésta viendo un traidor en todo el que no suscribe sus tesis apocalípticas, cuando no directamente preconstitucionales; haciendo, de este modo, derivar lo que queda del discurso de la resistencia cívica en una suerte de ‘matonismo constitucionalista’, que se emplea a fondo para el linchamiento y la calumnia en las redes informáticas; que niega biografías, retoca fotos y pide la censura para los otros, la ejerce y trata de perjudicar profesionalmente a quien no es de su cuerda. El discurso constitucionalista se ha vuelto, sí, demasiado grueso, porque se centra en la denuncia, condena y denostación de los males totalitarios a combatir, pero no en la reivindicación de los valores luminosos de los que antes era portador y que son anteriores a la misma denuncia. Sin la luz de esos valores, la denuncia del totalitarismo se vuelve agria y sombría como éste. Se vuelve destemplada e inquisitorial como si no tuviera nada placentero ni grande ni hermoso que ofrecer. Este empobrecimiento del constitucionalismo es de carácter moral y tiene precisamente su causa en esa radicalización lefebvrista o talibana que invoca la ortodoxia para ignorar el espíritu y que no admite matices en el análisis cuando nos hallamos en un momento que requiere más los análisis sosegados que la movilización y el ruido. Es como si ese discurso no creyera en sí mismo (o no creyeran en él quienes se lo apropian); como si tuviera miedo a perder su sentido y a hacerse innecesario ante un panorama vasco innegablemente más llevadero que el de los tiempos en que la sangre corría a diario. Es como si necesitara de la exageración de los males denunciables para justificar su existencia. El problema es grave porque, ciertamente, la sociedad vasca ha heredado comportamientos, vicios y tics antidemocráticos de su pasado inmediato, miedos que no se curan en un día y que requieren tanto su valiente denuncia como un acertado diagnóstico y una corrección calibrada. Como ayer el terrorismo, hoy es, paradójicamente, su desaparición la que nos coge a contrapié. Se admite sin objeciones que es preciso dar la batalla ideológica, pero acto seguido se insiste en tratar a ETA como si estuviera en sus mejores tiempos y se ve una amenaza de primer orden en ese vídeo que la muestra en un estado terminal y patético. En este carnaval, una de las imposturas que personalmente me resultan más mortificantes es la del falso resistente de la Corte que, en un presente sin atentados, reproduce sin pudor conceptos, expresiones, frases enteras que algunos hace años acuñamos en momentos dolorosos y trágicos, cuando nos acababan de matar a un amigo o nos había regalado cualquier otro mal trago la vida cotidiana en el País Vasco. El modo de dejar atrás a esa gente con su heroísmo de pega es renovar el discurso que ha plagiado, falseado y agotado.