La conexión vasca con Madrid y París por la vía rápida es una necesidad del presente, una apuesta por el progreso. Pero ETA, instrumentalizando los reparos medioambientales, esgrimidos por ecologistas y partidos de la izquierda, prefiere mirar hacia atrás antes que contar con un proyecto que mantenga al País Vasco en una «excesiva dependencia de Madrid».
Euskadi, afortunadamente, ya no es la misma comunidad que tuvo que cerrar la central nuclear de Lemoiz tras sufrir durante años el chantaje del terrorismo. Tampoco es la misma que se vio obligada a cambiar el trazado de la autovía de Leizaran por las incesantes amenazas y atentados de la organización terrorista. Porque esta pequeña comunidad ha experimentado notables avances desde que la sociedad le plantó cara y los empresarios empezaron a no pagar el impuesto que les ha permitido vivir del chantaje durante décadas. Pero ETA quiere reproducir la historia. Como si nada hubiese variado en treinta años. Como si no hubiese corrido tanta sangre inútil. Como si no quisiera ser consciente de su propia decadencia, de su distanciamiento de la gran mayoría de la sociedad.
Pero como siempre que siente la asfixia de la persistente presión judicial y policial, la banda pretende zanjar sus cada vez mas frecuentes crisis internas disparando contra el corazón del País Vasco. Atacando al pulmón de nuestra sociedad de emprendedores que, a pesar de la crisis y del terrorismo, están haciendo patria, como Inaxio Uria al frente de su empresa familiar. ETA se aferra al negocio del terror para acallar la voz de un pueblo que está harto de pasar por la historia como el único rincón de Europa donde aún se soporta el lastre del terrorismo. El intento desesperado de ahogar los proyectos de futuro a golpe de balas refleja una situación antigua, retrógrada, impositiva y rancia. La banda no apuesta por el futuro y, por eso, quiere impedir que Euskadi se abra al mundo, con sus relaciones de favores y deberes; con su dependencia del resto del planeta, al fin y al cabo.
El trazado de alta velocidad, soñado desde los primeros gobiernos de Ardanza con el PSE, que debe unir a las tres capitales vascas con Madrid y París, topó desde el primer momento con la campaña contraria de ETA. Desde el momento que calificó el TAV de «proyecto ajeno a los intereses de Euskal Herria», no ha parado hasta llevarse por delante a Inaxio Uria. La banda, empleando un argumento similar al utilizado en los tiempos de los atentados contra la central de Lemoiz, ha ido tejiendo su red de amenazas. Primero aparecieron los comunicados, después los atentados y sabotajes contra las empresas que estaban construyendo el trazado, para terminar con el tiro en la nuca. La conexión vasca con Madrid y París por la vía rápida es una necesidad del presente, un reto ambicioso de futuro y una apuesta por el progreso. Pero ETA, instrumentalizando los reparos medioambientales, esgrimidos por colectivos ecologistas y partidos de la izquierda, prefiere mirar hacia atrás antes que contar con un proyecto que mantenga al País Vasco en una «excesiva dependencia de Madrid».
Hace unos días Confebask celebró sus veinticinco años de resistencia con todo el reconocimiento que se merecen los empresarios vascos por haber salido a flote a pesar de tantos obstáculos. Ayer, uno de los suyos pagó con su vida el precio de querer vivir libre frente al totalitarismo. Y ayer ETA pretendió detener la historia. Pero el tren del futuro no podrá pararlo.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 4/12/2008