JON JUARISTI, ABC 10/11/13
· Hoy como ayer, la estrategia abertzale busca expulsar a los constitucionalistas del espacio público vasco.
Que Bildu se niegue a reprobar el escrache contra la sede del PP en San Sebastián, del pasado 4 de octubre, tiene su lógica. En primer lugar, porque lo llevó a cabo su propia gente –militantes o simpatizantes, me da igual–; en segundo, porque lo hicieron en San Sebastián y no en Almuñécar (como todo el mundo sabe, San Sebastián es la capital de Bildustán); en tercero, por eso mismo: porque San Sebastián es Guipúzcoa, y Guipúzcoa es Bildustán; en cuarto, porque tengo la convicción moral de que la iniciativa emanó de la propia dirección de Bildu mediante insinuación, sugerencia o recomendación espiritual, aunque nada pueda probarse y parezca un accidente; en quinto, porque la tradición de la izquierda abertzale es esa y no otra, la de la chulería y la intimidación, y en sexto, last but not least, porque el escrache está de moda en toda España, no sólo en Bildustán, desde el 12 de marzo de 2004. Últimamente se ha registrado incluso algún escrache a cargo de militantes o simpatizantes –lo mismo me da– del PP, aunque la dirección de dicho partido lo haya reprobado.
No creo, por tanto, que pueda prosperar cualquier tentativa de ilegalización de Bildu que invoque, no ya la ausencia de condena de los hechos del 4 de octubre por parte de la formación abertzale, sino incluso su trivialización justificatoria. La estrategia desarmada del complejo organizativo
etarra busca, hoy como siempre, la expulsión de los constitucionalistas del espacio público vasco. Si antes lo intentaban a base de asesinatos, ahora lo hacen de un modo limpio de sangre, porque, eso sí, la limpieza de sangre es un rasgo irrenunciable de la identidad vasca, que si hace cuatro siglos se obtenía por probanzas y ejecutorias, para verla reconocida en el Bildustán del presente basta con la profesión pública de nacionalismo, explícita o implícita, qué más da, pues la fatwa abertzale se dirige solamente contra los que públicamente se atreven a confesarse españoles.
Y como las perplejidades ante la continuidad de la guerra abertzale contra España por otros medios (que en parte son los mismos) ya aburren, me permito recomendar a los perplejos una excelente guía que acaba de publicar mi amigo Eduardo Teo Uriarte: Tiempo de canallas. La democracia ante el fin de ETA (Ikusager). Permítanme que reproduzca un párrafo del libro, que incluye una cita ajena. O sea, una cita en abismo, y nunca mejor dicho: «..sin la disolución de ETA, sin su condena social y, por el contrario, con el éxito electoral de Bildu, la política vasca volverá a padecer un impulso nacionalista. En este sentido lo expresa, en una seria y rotunda crítica al Tribunal Constitucional, por su sentencia de legalización de Sortu, Santos Juliá: “Si ETA socializó el dolor, Bildu, Amaiur y, muy pronto, Sortu, construyen, difunden y socializan el discurso de legitimación del terror hasta convertirlo en memoria social por aquello de que quien controla el pasado controla el futuro, a la manera orwelliana”».
¿Qué reprobación de las cencerradas nacionalistas puede esperarse de Bildu en tal contexto? Ellos están a otra cosa, a la santificación de sus terroristas, las Del Río y los Troitiño, para cuyo ascenso a los altares resulta necesario el silencio de las víctimas y de los disconformes en general. Porque la religión abertzale, tan cercana al culto mejicano de la Santa Muerte, no admite nada parecido a esa figura indispensable en los procesos católicos de canonización: el abogado del diablo. A medida que las excarcelaciones de etarras aumenten, veremos incrementarse los acosos a todo atisbo de discrepancia. Y si esta afirmación parece exagerada, al tiempo.
JON JUARISTI, ABC 10/11/13