Sánchez mete a Madrid en el grupo de los señalados, junto a los medios y los jueces. Ayuso se ha convertido en su más febril obsesión
En octubre de 2020, primer año de pandemia, Salvador Illa, por entonces ministro de Sanidad, decretó el cierre de Madrid en contra de lo dictado por el Tribunal Superior de Justicia. Fue una decisión ‘por sus bemoles’, basada en el argumento de que el Gobierno de Ayuso «se cruza de brazos y no hace nada». En esos días, el índice de contagios en la comunidad era similar o inferior al de otras zonas como Navarra o Canarias. Fue un estado de alarma diseñado ex profeso para Madrid, una camisa de fuerza hecha a medida, en pleno puente de la Constitución, que forzó a una paralización general de planes y escapadas, la devolución de más de 60.000 billetes de tren y pasajes de avión y en el que colaboró Grande Marlaska con un despliegue de más siete mil efectivos de Policía Nacional y Guardia Civil para controlar el cierre de la ratonera madrileña. Una semana inmovilizados, luego de meses de enclaustramiento intermitente, mientras en el resto de España comenzaba a palparse un paulatino alivio. Más que una medida de cautela sanitaria, fue un indisimulado castigo infligido por quien, semanas después, abandonaría su despacho ministerial, en plena segunda oleada del mal, para presentarse como candidato a las elecciones catalanas. Este es el tipo. Este es el personaje.
Cuatro años después, Sánchez acaba de proclamar a Madrid la ‘sede social’ de la república del fango. Se mostraba incendiado el presidente por los avances de las causas malolientes que ya cercan a su esposa y hermano en los tribunales, amén de por el mandoblazo sufrido por sus siglas en las europeas. Ese 9-J el PP sobrepasó en casi 12 puntos y más de 300.000 votos a un PSOE que no toca el cielo de Madrid desde los tiempos de Leguina, el presidente del himno y la bandera, reconvertido ahora a la causa de la libertad.
Dice Ayuso, con razón, que «a cada derrota en las urnas se vuelve más violento y arbitrario». O sea, un autócrata desaforado y rabioso
Todo se le acumula al gran narciso del progreso. ‘Demasiadas mujeres‘, cantaba Tangana. «Demasiados líos», entona Bolaños, que no acierta a despejar los papelotes incendiarios que se amontonan sobre su mesa. Derrota el 9-J, el espantoso ridículo de Yoly me voy pero me quedo, la dificultosa aplicación de la amnistía, el gallinero catalán en busca del president perdido, la erupción de casos tóxicos y crecientes en el caso Koldo, los tormentones por el raquitismo parlamentario socialista y, para colmo, otra vez el bofetón que le acaba de asestar de Díaz Ayuso, algo que le humilla muy particularmente. Sánchez detesta a Ayuso casi tanto como Puigdemont a él. El golpista forajido se lo está haciendo sudar y Sánchez hace lo propio con la lideresa, aunque por ahora con escaso éxito. Dice Ayuso, con razón, que «a cada derrota en las urnas se vuelve más violento y arbitrario». O sea, un totalitario desaforado y rabioso, que acaba de anunciar su ofensiva inclemente contra medios y jueces.
Puigdemont baja y Junqueras, a la basura
Le aconsejan a la presidenta madrileña poner más atención en el presente de la que ha puesto en algunos episodios molestos del pasado. Lucha con un rival temible, capaz de cualquier cosa. Ella lo sabe. Lo califica como un virtuoso del ‘matonismo autocrático’, al estilo de esas mañas que se gastan algunos de sus colegas del Grupo de Puebla, la mafia de los narcoestados sudamericanos.
Madrid lo detesta. Como casi toda España. A Sánchez sólo lo votan ya en Cataluña, donde piensan que el PSC es el bálsamo de todas las virtudes, y en algunas zonas vascas, donde aún les pone el olor a goma-dos en el desayuno. Por eso no convoca de nuevo, porque sabe que, de hacerlo, esta vez las urnas parirán un Frankenstein raquítico, que no dará la talla para sumar la mayoría de investidura. Una cochambre sin futuro. Los separatistas están en baja, el PNV solo parece preocuparse en buscarle un sillonazo a su prole como ha hecho el gordinflas Ortúzar con su hija influencer en Iberdrola, a Junts no le salen las cuentas y al abacial Junqueras lo ha mandado su partido al tacho de los desperdicios.
Sánchez se aferra ahora con saña a la incierta poltrona, no solo porque es un yonqui del poder, sino porque no pinta bien el horizonte judicial de su familia, y el suyo propio. Los jueces han despertado, han advertido el peligro de la acometida y han reaccionado con un sentimiento de unánime dignidad que tan sólo hace unos meses se antojaba imposible.
No parece un joven innoble, salvo cuando recita las espantosas prédicas que le remiten desde Ferraz. Entonces pone cara de granuja y versea sandeces que ni él mismo se cree. O sí
Igual que la fiereza de Ayuso, consciente de que cualquier debilidad o tropiezo le costaría la continuidad política. «Vamos flojos en Madrid y Andalucía«, le señaló Sánchez a su ejecutiva tras el trastazo europeo. Lobato y Espadas, los dos juanillos que ejercen de barones en las respectivas regiones, huelen ya a víctimas propicias para la degollina. El madrileño bien podría acoplarse en las filas ayusistas, no parece un joven innoble, salvo cuando recita las espantosas prédicas que le remiten desde Ferraz. Entonces pone cara de granuja y versea sandeces que ni él mismo se cree. O sí.
La ofensiva del sanchismo sobre Madrid se despliega ahora mismo en tres frentes. El fiscal, el sanitario y el educativo. El primero, Emejota Montero por delante, trata de desintegrar los avances en la rebaja de impuestos, uno de los signos de identidad de la casa, aplicado ya en la mayoría de las regiones gobernadas por la derecha. El sanitario, con Médica y Madre a la cabeza, a quien sólo le mueve la ira, el rencor y las malas intenciones. Escasea en neuronas y abunda en malas tripas. Y el educativo, con mareas y mareas de docentes y adláteres dispuestos permanentemente a ponerse la bata de la queja y lanzarse a las calles como esas furias peronistas nacidas para la destrucción.
«Sánchez sí que es el fango, lo tiene en los sótanos de la Moncloa», respondió Ayuso a la bromita del galansote monclovita. Ya no se encuentra tan sola como en tiempos del casadismo. Ahora hasta se siente amparada por algunos cofrades autonómicos -incluida la extremeña Guardiola, una de las triunfadoras en la reciente cita de las europeas-, ciertos dirigentes de Génova, amén de su presidente Feijóo, con quien debate y a quien entiende. Se ha detectado un refuerzo de última hora, el alcalde Almeida, quien abandonó su displicente tibieza casi al tiempo que su solterías, hasta el punto de que se ha convertido en el más firme aliado de la dama de Sol, así como el más feroz combatiente contra ese monstruito que vierte amenazas vitriólicas desde Moncloa. En la sede social del fango, Isabel ya no está tan sola.