Eduardo Uriarte-Editores

Durante la amplia beca que me otorgara Instituciones Penitenciarias en época del Caudillo las lecturas de historiadores sobre la guerra civil me despojaron de algún que otro prejuicio. En ellas descubrí, para mi sorpresa, una cuestión en la que varios de ellos coincidían: que el fracaso de la II República se debió en gran medida a que en España no había republicanos. ¿Entonces que eran los de ese bando?

Si, defendían la República, pero esos españoles en su gran mayoría habían adoptado del republicanismo su aspecto revolucionario y apenas nadie -pues casi todos pensaban en la República como tránsito a otro sistema que considerarían más social, desde el anarquismo a todas las internacionales del socialismo- asumía la esencia del mismo tal como la concibieron sus teóricos, el republicanismo como un sistema político basado en la primacía de la ley, un régimen del gobierno de las leyes en su acepción más idealista. Poco tenía que ver el republicanismo español con la Motorizada, Casas Viejas, las checas, y a las barricadas y a los parapetos por el triunfo de la confederación….

Pues bien, en este régimen de partidos que es en lo que han transformado el régimen del 78, especialmente los de la izquierda y nacionalistas, siguiendo la derecha bovinamente la tendencia propuesta por los primeros, no parece existir una sincera asunción por parte de los que nos mandan de la democracia como un fin en sí mismo, ni del necesario liberalismo que la articule, ni del sagrado fundamento republicano para que ésta funcione. En general el deterioro de la política desde que apareciera el ogro del no es no ya es un hecho.

Viene al caso toda esta disquisición ante la fácil, y aparentemente admirable, piedad mostrada hasta por adversarios políticos con la condena a la que ha sido sentenciado Griñán, y pidan su indulto antes de que pise el rastrillo de la institución penitenciaria que le corresponda. Que sus compañeros de partido muestren su apoyo, partido históricamente carente de respeto por la ley -y ahora que su política se reduce a meterse con los ricos mucho más- llevados por la solidaridad, agradecimiento por lo que hiciera por el partido y la amistad, me parece lógico, pero no tanto que ajenos y adversarios, llevados sin duda por la piedad, hayan firmado el manifiesto pidiendo lo mismo.

Tengo amigos en ambos sitios, y casi me parece encomiable su sentido de empatía con el reo. Yo, por principio, tras mi amplia beca, siento esa solidaridad, pero asumo con cierta dureza de espíritu que no hay sistema político, y más si es democrático, que funcione sin respeto a la ley y el ejercicio de ésta. De ello depende la supervivencia del sistema de convivencia, y el delito de corrupción política, como se sabe desde la antigüedad clásica, es el cáncer que destruye la democracia y atrae a los tiranos.

No tenemos la Justicia en España para escamotearla bajo el admirable uso de la piedad, tenemos la Justicia echa un desastre, lastrando toda la nave política. Por eso debe cumplirse la sentencia ante tan grave delito de corrupción, y compadecer al delincuente. El ejercicio de la piedad, virtud que acompaña a la democracia, debe ejercerse desde la Justicia, que el juez de vigilancia haga lo más corta en prisión la estancia del condenado por los motivos de edad y circunstancias conocidas, pero que pase por la cárcel testimoniando la existencia del cumplimiento. Seamos coherentes con el republicanismo y sigamos a Cicerón, no a Catilina, asumiendo su sanción: la ley es sagrada.

En el día de la Merced, patrona de los presidiarios y de los que lo hemos sido, lo he escrito.