- El sanchismo está herido de muerte y su líder prometeico, amortizado. Sólo falta ponerle fecha de salida. Quizás con las andaluzas, o el ‘súper mayo’ del año que viene.
Entró en La Moncloa por la trampilla de la moción de censura, una excepcionalidad legítima sin precedentes en nuestra democracia. Le avalaron los dinamiteros de la Constitución, una extraña singularidad. Para redondear la panoplia de anormalidades formó gobierno con un partido comunista, único caso en la avejentada Europa. Nada de cuanto ha protagonizado Pedro Sánchez desde su llegada a la Moncloa ha tenido que ver con la tradición democrática, los usos políticos o el marco comunitario que nos rodea. Todo ha sido estridente, extremo y, por supuesto, desastroso.
Una sociedad aterrada por la pandemia y paralizara por el pánico engulló sin pestañear las dosis elefantiásicas de adormidera que, día día, se le propinaban desde Moncloa en forma de inconexas trolas de don Simón, engaños alevosos del ministro Illa y letanías interminables del aló presidente, cada domingo en el telediario. La contrastada peor gestión de la pandemia apenas pasó factura al Ejecutivo más desalmado en cuaranta años. «Si creyera en la moralidad de los sentimientos no sería comunista», confesaba el personaje de Max Aub. Se enterró a los difuntos en soledad, rezos ni despedidas, y se pasó raudamente a otra cosa, a las playas y las sonrisas, sin amago de pedir perdón, sin gesto alguno de contrición. Sánchez surfeaba los cielos feliz en nuestro Falcon mientras la sociedad se topaba con los primeros síntomas de una crisis económica que amenazaba catástrofe. Nada hacía mella en la granítica epidermis del Gobierno, ni las condenas del Constitucional, ni los reproches del Supremo, ni los escándalos de corrupción, ni Delfi, Plus Ultra, Neurona…Todo colaba, como el chamullo de Valdano o los monólogos de Lastra.
Desde mucho tiempo antes de lo de Putin, el mensajero del miedo golpeaba las puertas cada fin de mes en forma de recibo de la luz, del gas, de la cesta de la compra, del combustible
Hasta que el descontento emergió, hastiado e iracundo y se convirtió en huracán. Arrancó en Madrid, en la apoteosis del 4-M que se llevó a Iglesias y a medio PSOE por delante. Sánchez, perito en resiliencias, advirtió el peligro y decapitó a medio Gabinete, una escabechina inclemente con su Iván delante. Un par de meses respiró tranquilo, confiado en los bonos europeos y disfrutando del desaforado navajeo en las tripas del PP hasta que el monstruo de la inflación mostró sus fauces y cundió el pánico. Desde mucho tiempo antes de lo de Putin, el mensajero del miedo golpeaba las puertas cada fin de mes con una saca de horrores al hombro en forma de recibo de la luz, del gas, de la cesta de la compra, del combustible. La angustia se desborda, como las calderadas de agua en el aprendiz de brujo de Disney. No son las implacables escobas de Mickey sino un ejército desesperado de camioneros quienes montan la parda. Huelga. Incertidumbre. Desabastecimiento. Ruina.
Nadie da un euro por Sánchez. El ilusionismo barato suministrado estos años desde Moncloa ya no sirve. Esos eslóganes estúpidos, esas poses pretenciosas, esas comparecencias huecas funcionaban en tiempos apacibles, cuando Bruselas compraba y no había oposición. Ahora Europa reclama seriedad y la oposición se rearma, quizás esta vez con acierto. Y aunque así no sea. Algo ha mudado en el tuétano de una sociedad harta del catecismo woke, las fiestuquis de todas y todes, la verborragia ecolo, el dispendio desaforado, el gasto interminable, el engaño persistente, la deuda impagable, esa profusa ineptitud que nos ha colocado en el lugar postrero de la fila de la recuperación post pandemia.
Es un político anegado en el presente y huérfano de futuro. En una desesperada apoteosis, intentarán resucitarlo este lunes acolchadito entre los algodones serviles del Ibex, donde se le detesta. Amortizado
Desde la izquierda se escuchan algunas voces con espíritu de autocrítica. Rufianes y otros melones recitan doloridas prédicas sobre la necesidad de hablar de lo que le interesa a la gente. ¿La republiqueta, quizás? «La alternante fortuna se ha reído de muchos que ahora pretenden volver sobre sus pasos y ponerse en lugar seguro», diría Virgilio. Demasiado tarde para la rectificación o la enmienda. Sánchez dilapidó su fortuna. Es un político anegado en el presente y huérfano de futuro. En una desesperada apoteosis, que derivará en réquiem, intentarán resucitarlo este lunes acolchadito entre los algodones del Ibex, donde se le detesta. Sólo acaricia ese sillón presidencial en el Consejo Europeo, como susurran en su círculo.
El PSOE ya no es un partido sino un despojo. Un año no aguanta. Adelantará quizás las generales, bien con las andaluzas o en el supermayo municipal del 23. Como fuere, el sanchismo está herido de muerte y su líder prometeico, mitad bonaparte mitad bestia marina, liquidado. Entró en La Moncloa por la trampilla y saldrá por la alcantarilla. Una nube de infamias le envuelve. Un adiós aliviado le acompaña. «En la pálida memoria, no quedarán más que pestilentes cenizas», remataría JLB.