Ignacio Camacho-ABC
- Para cerrar con el presidente un trato hay que haber sido terrorista o autor convicto de un golpe contra el Estado
En tiempos del bipartidismo, esa reliquia que iban a regenerar los tribunos de la nueva política, el PSOE y el PP podrían alcanzar algún pacto de Estado sin grandes problemas. Ojo: no que necesariamente lo hicieran sino que podrían hacerlo en tanto dueños de sus propias estrategias. Entonces, además, la sociedad veía bien la avenencia siquiera puntual de las dos grandes fuerzas. Ahora, aunque los líderes de ambas quisieran alcanzar un cierto consenso -que no es el caso de Sánchez, al menos-, se hallan condicionados y constreñidos por la presión de agentes radicales externos que les disputan la pesca de votos en sus respectivos caladeros. El jefe de la oposición siente el aliento de Vox en el cuello y el del Ejecutivo no está dispuesto a soltarse del brazo de Podemos, de tal modo que sus mutuas ofertas de acuerdo no dejan de resultar mero postureo, tal vez algo más sincero en el caso de un Feijóo interesado en dirigir gestos al electorado de centro. Ninguno de ellos quiere quedar como responsable del desencuentro pero lo cierto es que la política española se ha vuelto dependiente de los extremos. Es la consecuencia de la polarización que el sanchismo ha venido agitando desde que llegó al Gobierno.
A ello hay que sumarle la falta de crédito de un presidente con bien ganada reputación de infiable. La fobia que suscita en ciertos sectores sociales lo ha convertido en un personaje radiactivo cuyo halo irresponsable acaba por contaminar a todo el que intenta aproximársele. De todas las propuestas que ha hecho -once en total- al nuevo dirigente de los populares la única que en realidad le interesa es la renovación de los órganos judiciales, y porque por imperativo legal no puede llevarla a cabo sin la colaboración de la contraparte. Para el resto sólo reclama conformidad incondicional, asentimiento unánime. Sin reciprocidad ni compensaciones: su providencial liderazgo no admite sugerencias ni enmiendas de nadie. Porque él lo vale.
Sucede que Feijóo no puede avenirse a negociar el Poder Judicial ni a participar en el reparto por cooptación de los magistrados sin obtener nada a cambio. Eso es justo lo que Vox espera para etiquetarlo de criptosocialdemócrata, calzonazos, colaboracionista y blando. La contrapartida mínima es la modificación del procedimiento, tal como demandan los jueces y sostenía Casado, y aun así el PP se arriesga a un desgaste innecesario porque el actual bloqueo, por irregular que sea, no le cuesta un solo sufragio. Otra cosa sería si el acercamiento empezase con una rebaja fiscal y un recorte del gasto que amortigüen el impacto inflacionario, cuestión a la que Sánchez ha respondido con tajante rechazo. No ofrece transacciones ni compromisos, sólo exige respaldo. Ése es su estilo, su concepto del diálogo. Para cerrar con él un trato hay que haber sido terrorista o autor convicto de un golpe contra el Estado.