Félix de Azua-El País
A las ocho llegaron las encuestas y eran coincidentes. Habíamos salido de Guatemala y llegado a ‘Guatepeor’, decían
Mientras esperaba para votar en el colegio de mi barrio, en Madrid, observé que a muchos se nos había puesto cara de urna. Tanto varones como hembras lucíamos la cabeza en forma de caja y la boca como una ranura bajo la nariz. Era la cuarta o la quinta o la decimosexta vez que acudíamos con nuestro DNI por sombrero. Eso sí, mejor tener cara de urna, que cara de barretina, de chapela, de fallera, de gaita o de talayot. Hay que ver cómo progresa el nacionalismo en este país que nunca, ¿verdad?, había sido nacionalista.
Por la tarde no se sabía nada, los diarios y las teles insistían en sus emocionantes planos y fotos de monjitas votando, pero sabíamos ya que la participación había caído un 4%. ¿Es eso mucho, es poco? No lo sabríamos hasta la noche. ¿Quién se había hartado definitivamente? ¿La derecha de misa y peineta, la de los negocios, los liberales, los sociales, los peronistas, los chavistas, los golpistas? El cansado era el tapado. A las ocho llegaron las encuestas y eran coincidentes. Habíamos salido de Guatemala y llegado a Guatepeor, decían. No había manera de formar una mayoría absoluta sin adoptar a un Puigdemont o a un Otegi. Como es natural, los candidatos, en sus sedes, empezaban las preces, rogativas y rosarios para que, en el recuento, les mejorara un poco la carita. Sin embargo, todo podía empeorar.