Juan Carlos Girauta-ABC
Cuando el norte constitucional se ha perdido de vista es cuando España se ha fabricado los problemas que ahora se le acumulan
Pocos casos más flagrantes de reserva mental que el de Meritxell Batet, ayer, con su «¡Viva la Constitución!». Profesora de Derecho Constitucional, presidenta del Congreso (tercera autoridad del Estado), y miembro del PSC, había vertido antes esta disparatada afirmación: «Si en estos momentos hay más de dos millones de personas en Cataluña que no reconocen como suyo el marco constitucional […] pretender imponerlo no nos va a conducir a ningún tipo de solución».
Al principio pensé que se trataba de un deepfake, un vídeo editado con técnicas de inteligencia artificial que pueden poner cualquier cosa en boca de cualquiera. A tal punto creí imposible que, con sus responsabilidades y con su formación, pudiera Batet triturar los principios de imperio de
la ley y de jerarquía normativa. Pero no. Antes bien, se trataba de una formulación cruda, con aspecto de postulado auto evidente, propia de la cochambrosa verborrea nacionalista.
Si la destacada socialista, con sus suaves maneras, desprecia de este modo su bagaje jurídico en aras del proyecto sanchista, mejor no imaginar la disponibilidad de los socios del Gobierno, cuyo objetivo de acabar con el sistema del 78 ha sido explícito y reiterado. No hay nadie a los mandos que respete los mínimos de un Estado democrático de Derecho. Nadie en el Ejecutivo, nadie en la mayoría parlamentaria de apoyo al Gobierno que conserve conciencia de la importancia y significado histórico del «marco constitucional» que nos ha protegido durante más de cuarenta años.
En 1979, recién aprobada la Constitución, Adolfo Suárez anunció esto en su discurso previo a la investidura (léanlo despacio): «Vamos a esforzarnos para que, por primera vez en nuestra Historia, la Constitución no sea únicamente una solemne declaración de derechos, sino el fundamento efectivo de una democracia estable y justa. Entendemos por ello que el sistema de derechos y libertades que perfila la Constitución es el obligado punto de referencia para la modernización de nuestro país, para la consecución de una sociedad libre de viejas ataduras y de los privilegios y desigualdades que han caracterizado la estructura social española».
La preservación de esa voluntad, desde la mismísima línea de salida, explica todo lo bueno que le ha ocurrido a España desde entonces, que es mucho. Y cuando el norte constitucional se ha perdido de vista, o por deslealtad se ha falseado la aguja, es cuando España se ha fabricado los problemas que ahora se le acumulan.
Debería pensar en esto la señora Batet: si la Constitución no se le debe imponer a quien «no la reconoce como suya», entonces no tenemos Constitución. Y sobrevendrá el caos. Hay algo que no pueden esperar, ni ella, ni su partido, ni sus socios: que el pueblo español se avenga a nuevas ataduras, privilegios y desigualdades en favor de unos pocos y a costa de todos los demás. Están a punto de incurrir en un fatal error de apreciación.