- Con Sánchez medio noqueado en su rincón, es el momento de una moción de censura y de llamar a la comisión del Senado al presidente, su mujer y su hermano
Es un principio básico, que rige tanto en la guerra como en el deporte y la política. En una batalla a cara de perro, si ves que tu enemigo está muy tocado llegó el momento de lanzarte contra él descargando toda tu potencia de ataque.
Sánchez es ahora mismo un boxeador grogui. Boquea en su rincón mientras sus ministros y sus televisiones intentan darle un poco de oxígeno agitando la toalla de la propaganda. ¿Qué debe hacer su oponente ante esa debilidad? Pues desfondarlo con todo lo que lícitamente tenga a mano.
Las querellas contra los corruptos y contra el PSOE están muy bien, por supuesto. Los ataques dialécticos, también. Pero ahora toca ir con todo. El primer partido de la oposición tiene en su mano dos armas que se resiste a utilizar: montarle una moción de censura y llamar a la comisión del Senado al presidente, su mujer y su hermano, ambos ya imputados por unos casos que salpican al mandatario, pues su cargo ha facilitado los desmanes de ambos.
Tengo amigos cuyo buen juicio admiro mucho que son totalmente contrarios a que el PP presente ahora una moción de censura. Uno de ellos lo resume con un sagaz símil futbolístico: «Los penaltis no se tiran antes de que se piten».
El argumento contra la moción parece muy razonable. Dado que acabaría en derrota parlamentaria, solo serviría para retratar a Feijóo como un perdedor, afianzar a Sánchez y reforzar los hilvanes de su deslavazada coalición con comunistas y separatistas.
Discrepo. Con los casos de corrupción y desgobierno que tenemos sobre la mesa, el PP muestra poca confianza en sí mismo al no aprovechar la oportunidad que le ofrece la Constitución para desafiar a Sánchez con unas sesiones parlamentarias que concitarían la atención de todo el país.
Si me permiten un exceso pedantuelo, los que hemos ojeado De la guerra, el célebre manual del oficial prusiano Von Clausewitz, sabemos que «el objetivo principal de la batalla estriba en la destrucción del enemigo, de ahí la necesidad de ser contundentes infligiendo el mayor daño posible en el menor espacio de tiempo». Por lo tanto, ¿qué extraño fair play malentendido lleva al PP a no sacudirle a Sánchez con toda la munición, toda vez que afirma —y con razón— que es un corrupto, un gobernante inútil y un enemigo de la democracia que debe dimitir ya?
Desde 1978 se han registrado seis mociones de censura. Solo triunfó una, la de Sánchez contra Rajoy en 2018. Pero a veces no es necesaria la victoria parlamentaria para que sirvan para minar al adversario. Tal fue el caso de la primera, la que le presentó Felipe González a Adolfo Suárez en mayo de 1980. El PSOE la perdió por 24 votos. Fue goleado. Sin embargo, las crónicas periodísticas de la época rezaban así: «La sensación es que los socialistas han perdido la batalla, pero su líder ha ganado la guerra». Diez meses después de la moción fallida dimitía Suárez y dos años más tarde, González lograba su sensacional mayoría absoluta de 202 escaños.
Este domingo, el PP celebró una reunión de emergencia ante la crisis de corrupción y desgobierno de Sánchez. Salió a hablar Cuca Gamarra, siempre pulcra, pero que para el gran público es como quien oye llover. Anunció una querella contra el PSOE y pidió la dimisión de Sánchez.
Está bien. Y, sin embargo… ¿No tendría bastante más efecto que hubiese aparecido el líder de la oposición para anunciar solemnemente esa querella, una moción de censura y la llamada a la comisión del Senado de Sánchez y sus familiares? ¿No ayudaría una moción de censura a transmitir a los españoles la gravedad de la podredumbre del Gobierno? ¿No ayudaría a que resonase en toda Europa el escándalo de la corrupción gubernamental, partidista y familiar de Sánchez? ¿No ayudaría a que quien está llamado a ser el próximo presidente muestre a los españoles que existe una alternativa a la fiscalidad confiscatoria, la condena del esfuerzo y la rendición al separatismo que hoy sufrimos? ¿No ayudaría a acorralar a Sánchez, rehén de una coalición antiespañola y medio ahogado por su fango?
El simpático míster Maguregui inventó la técnica del autobús modelo «amarrategui». Consistía en plantar a los diez jugadores delante de su portería e intentar rascar un cero a cero. Puede que dé resultado. Pero muchos preferimos el optimismo y el brillo del fútbol de ataque.
Hay que surfear de algún modo sobre el dique de las televisiones de la izquierda y convencer al público de que otra España es posible (y mejor).