Editorial-El Correo
- La determinación de Sánchez de seguir, con el PSOE atado a su voluntad, no le exime de explicar cuál es el sentido para el país de ese aguante
Pedro Sánchez ratificó ayer ante los principales cargos del PSOE congregados en el comité federal, enlutado por la imputación, primero, y el ingreso en prisión, después, de Santos Cerdán, su determinación de seguir adelante al frente del partido y del Gobierno, procurándose un cierre de filas que amarra a los suyos y al conjunto del país a sus designios. Que el cónclave que Sánchez presentó como un revulsivo se viera sacudido en sus prolegómenos por la dimisión de otro de sus hombres de confianza, Francisco Salazar, por las acusaciones rayanas en el acoso sexual de varias mujeres de las que era jefe dista de ser un mero episodio más de la crisis que carcome a los socialistas. No puede serlo, obviamente, porque las sospechas de una vulneración tan grosera de la igualdad corrompen los principios éticos y corroen la credibilidad del partido, con su líder a la cabeza, en el compromiso con el feminismo. Y no puede serlo, en ningún caso, porque el episodio de Salazar agranda el elefante en la habitación que Sánchez no consigue apartar desde que el ‘caso Cerdán-Ábalos-Koldo’ se llevó por delante a sus dos secretarios de Organización: que es él, antes que ningún otro integrante del partido, quien está interpelado por el reclutamiento y posterior ascenso de unos fieles por los que ahora se ve obligado a pedir perdón. Sin asumir ninguna responsabilidad en primera persona por la sucesión de presuntos actos ilícitos.
Por eso ni la atenuada remodelación de la ejecutiva ni las medidas forzadas por las circunstancias alcanzan para reactivar un partido que se ha atado, conscientemente y con la casi solitaria discrepancia del estigmatizado Emiliano García-Page, a la agónica respiración política de su secretario general. Sánchez reivindicó ante la zozobra de los suyos la validez y la continuidad de su proyecto político «con más fuerza si cabe». Pero que el presidente haya construido su trayectoria sobre la épica de la resistencia no le exime de responder a la pregunta de para qué aguantar; de qué objetivo tiene, para el PSOE y para todo el país, que se ancle a La Moncloa, además de incidir en el ya manido argumento de frenar a la derecha y la ultraderecha. Y no solo porque él mismo ha venido a admitir que no se somete a una cuestión de confianza ni convoca elecciones por carecer de las mayorías parlamentaria y social precisas para ganar ambas. También porque no tiene crédito justificar la resiliencia en la necesidad de blindar valores y derechos cuando es el entorno presidencial el que los ha golpeado.