JON JUARISTI – ABC – 01/05/16
· Aunque ellos no bajen del monte, disfrutemos del resto de la primavera.
Supongo que la disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones nos darán al menos un mes y medio de respiro hasta el comienzo formal de la campaña. Cuando hablo de respiro, me refiero a un previsible descenso de la chulería alucinada de la izquierda, que ya iba alcanzando niveles de peligrosísimo disparate. Y me explico: la bolchevización de la cúpula del PSOE no es un fenómeno insólito en la historia española. No hace falta retroceder a la Guerra Civil para comprobarlo.
El zapaterismo está aún muy reciente. Pero en el caso de Zapatero el viraje hacia la extrema izquierda partía exclusivamente de un desarreglo hormonal idiosincrásico. En efecto, el PSOE no necesitaba asaltar las sedes del PP el día 13 de marzo de 2004 para ganar las elecciones del 14. Si lo hizo, fue porque su secretario general, que iba sobrado gracias a la rendición de la mayoría de la población al yihadismo tras conocerse la autoría de los atentados de Atocha, decidió aprovechar la coyuntura para vengar a su abuelo y ganar así la guerra contra Franco en un delirio florido que se probó contagioso. Toda la izquierda se puso a delirar al unísono con Zapatero.
El asalto a las sedes del PP reprodujo el asalto a las de Herri Batasuna siete años atrás, a raíz del secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco. Lo reprodujo de un modo literal, empezando por las sedes populares en el País Vasco. Ahora bien, el asalto de 1997 a las sedes de los etarras en comisión de servicio había sido un fenómeno en su mayor parte espontáneo y no planificado. Sencillamente, la mayoría de la población vasca estaba harta del cinismo de aquella gentuza cuya complicidad en los crímenes de la banda era más que evidente.
No se linchó a nadie, aunque algún jefecillo abertzale se llevara un guantazo en Pamplona, donde corría el vino porque estaban en Sanfermines. En cambio, los asaltos a las sedes del PP en 2004 fueron planificados con detalle y convocados a través de móviles que atribuían al Gobierno de Aznar la responsabilidad de las bombas de Madrid. La reacción popular de julio de 1997 contra HB fue una auténtica revolución política que fortaleció la democracia. La de la izquierda contra el PP en marzo de 2004 la dejó parapléjica. Fue una reacción de cobardes que escogieron rendirse a Al Qaeda. La democracia no se ha recuperado de la herida que entonces le infligieron.
Desde esa nefasta jornada, el PSOE no ha dejado de huir hacia otro 36, aunque hable de un mañana luminoso. Y sin embargo, en 2004, Zapatero no tenía que competir con una extrema izquierda rampante. Sánchez, en 2016, sí. Ante Podemos, se ha comportado como lo hizo el PNV ante Herri Batasuna tras el prometedor verano de 1997.
Emulando el izquierdismo de los chavistas españoles, de manera análoga a los Ardanza, Arzalluz y Eguíbar, que optaron por mantener incólume y cohesionada la comunidad nacionalista y rompieron apresuradamente la unidad de los demócratas para crear con los etarras el frente de Estella, Sánchez ha rivalizado en sectarismo con Iglesias, induciendo en sus filas (y en las podemitas) un nuevo delirio, esta vez más bolchivariano que bolchevique. Por eso todos los soplones del reino, los detritos del zapaterismo y de IU, se pusieron a hacer listas de enemigos del pueblo y a denunciar, por ejemplo, a los intelectuales desafectos a la izquierda. Por eso, porque veían el cielo y la mamandurria al alcance de la mano.
Pero el matonismo se paga, y si no, que se lo pregunten a Otegui, que se duele de que, cuando ya ETA ha dejado de matar, la gente lo trate, a él, al pobre Arnaldo, con más rencor y desprecio que antes. ¿Por qué será?
JON JUARISTI – ABC – 01/05/16