Miquel Escudero-Catalunya Press
Las causas del terrorismo suelen estar más analizadas que sus efectos. La falta de claridad y firmeza acerca de estas consecuencias supone un trastorno. Lejos de atender a las víctimas como corresponde a seres humanos gravemente damnificados por unas acciones provocadas, se ha generalizado la indiferencia y el desinterés. La manipulación ha dejado en la sombra el asesinato de personas a las que nadie (salvo Consuelo Ordóñez, día a día) recuerda ni considera.

Está previsto que se inaugure, dentro de un par o tres de años, un Museo-memorial del terrorismo, situado en Suresnes (a unos doce kilómetros de París) y que abarcará la historia desde hace medio siglo (en Francia y en todo el mundo) de este fenómeno sangrante. Se trata de un proyecto encargado por la República francesa al historiador Henry Rousso y a la magistrada Élisabeth Pelsez, que está inspirado en el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, de Vitoria.

Esta clase de centros memoriales tienen una misión encomiable e insustituible, la de conducir a los ciudadanos a tomar conciencia de los daños personales que produce el terrorismo, la de extender la exigencia de reparación a las víctimas, abandonadas a su suerte y estigmatizadas como apestados. Denunciar la violación sistemática y arrogante del derecho a la vida y a la libertad de expresión: perseguir, acosar, matar y hacer callar a los enemigos con violencia arbitraria. Reconocer la responsabilidad de los autores -homenajeados con frecuencia, como héroes o mártires- de los daños personales ocasionados, olvidados u omitidos. Asesinatos premeditados, celebrados, justificados, comprendidos, relativizados como una ‘respuesta justa de defensa’. Eufemismos como el de ‘lucha armada’ funcionan aún para determinados políticos, periodistas e intelectuales.

Hace unos días, COVITE celebró en Pamplona su Jornada anual, dedicada a ‘Desmontar los mitos: Verdad y Memoria ante la legitimación del terrorismo’. Entre los intervinientes estuvo una víctima de los GAL (mercenarios con fondos públicos que asesinaron a 27 personas entre 1983 y 1987, de las cuales la mitad no tenían nada que ver con ETA), Véronique Caplanne tenía 14 años cuando asesinaron a su padre, un transportista totalmente ajeno a ETA. Lamentó en este encuentro la indiferencia absoluta que les rodeó y que les sigue rodeando en su entorno francés, donde se sigue evocando a ETA como un audaz movimiento antifranquista; curiosa indulgencia que conecta con mitos, sofismas y distorsiones ampliamente difundidas. Se sigue ignorando que el 95 % de los asesinatos de esta banda ultranacionalista se cometieron una vez muerto Franco. ETA fue, y quiso ser, el principal enemigo de la democracia española.

El historiador bilbaíno Raúl López Romo, responsable de educación y exposiciones de este Centro radicado en Álava, acaba de publicar en francés Le rapport Foronda (Éditions Orbis Tertius), un trabajo publicado hace diez años en español y que pretende describir con precisión la suerte de las víctimas de terrorismo entre 1968 y 2010 y su impacto en la sociedad vasca, y en la española en su conjunto. Un trabajo riguroso en el plano científico y beneficioso en un plano cívico. Lo ha prologado Henry Rousso, quien señala que desde 1974, en Francia se han cometido unos 4.500 atentados, provocando la muerte de 830 personas. En particular, el terrorismo yihadista (actuante desde los años 90) ha generado sólo el 5 % de estos atentados, pero produciendo el 60 % del total de esas víctimas mortales.

De este informe quiero destacar la brecha que se estableció entre la inercia del pasado franquista y las bases nuevas y democráticas que estaban abriéndose paso. Instituciones en construcción que se enfrentaban al desafío de una banda criminal organizada, cuyos miembros eran vistos en 1978, por casi la mitad de los vascos, como patriotas e idealistas. Contradicciones exacerbadas. Ese año se produjeron en Rentería actos de pillaje y vandalismo de una compañía de la Policía Armada. En 1995, casi el 60 % de los vascos tenían una imagen muy mala de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Bajo cualquier pretexto se ha ido identificando lo español como aborrecible.

Señala López Romo que, por incompetencia (y con irresponsabilidad), el Estado facilitó a los estrategas de ETA creer que podían ganar la confusa batalla de la legitimidad. Se consintió la pérdida del control del espacio público; hoy, una época posterrorista, sus herederos siguen enseñoreándose de las calles y ejerciendo, de forma dosificada, la chulería y el matonismo cuando se les antoja.

Rodríguez Zapatero, hombre sonriente y hueco donde los haya, gusta de jactarse de benévolo y dialogante, alardea de lograr el fin de ETA y, además, sin contrapartidas. Es mentira. Pero lo que de veras importa es que cada uno de nosotros ejerza su responsabilidad.