Iñaki Ezkerra-El Correo

  • El discurso de Navidad del Reytuvo que prestar atención a laherida sangrante de Valencia

Era una distinción semántica que se hacía hasta hace un tiempo y que, aunque a la hora de la verdad era puramente retórica, conservaba cierta verosimilitud en el debate público. Quien la hacía solía quedar de cine: «De acuerdo, no habrá responsabilidad penal, pero sí política». Digo ‘era’ porque ya ha perdido todo el sentido y suena a chiste de mal gusto esa sutil matización. No es una exageración apocalíptica ni una caída anímica en el pesimismo. Es un hecho constatable. Después de Valencia; de la tragedia sin nombre que han vivido y aún están viviendo millares de hombres y mujeres de esa región española, la responsabilidad política ha muerto definitivamente en nuestro país. Vuelvo a ese tema porque no pienso acatar los dictados de quien decide lo que es actual y no lo es, ni menos de quien vuelve obsoleta una tropelía cometiendo otra con inmediata posterioridad. Valencia sigue ahí, como una herida sangrante a la que ha tenido que prestar una obligada atención el Rey en su discurso de Navidad.

A uno le gustaría poder limitar al sanchismo la responsabilidad de esa espectacular defunción de la responsabilidad en el sentido político. Pero mentiría. Ciertamente, el Gobierno de Sánchez ha tenido un papel estelar en ese deceso. Ciertamente, se ha empleado a fondo en la tarea de provocar el fallecimiento de esa figuración ética que se quedaba en literaria, como si se tratara del objetivo irrenunciable de un programa electoral. Pero no se puede decir que el PP se haya sustraído a la tentación de seguir sus pasos en lo que toca al inepto presidente de esa comunidad autónoma. Será por un puro sentido táctico, por un frío cálculo en la amortización de un candidato ya quemado, o por puro impulso mimético con el adversario político, pero la presencia de Carlos Mazón en la escena pública es hoy tan improcedente como la de Margarita Robles, Fernando Grande-Marlaska, Teresa Ribera o el propio Pedro Sánchez aun admitiendo la distancia moral entre la incompetencia del primero y la mala voluntad de los segundos, que, se diga lo que se diga y se calle lo que se calle, ha supuesto un paso cualitativo en el envilecimiento de la gestión del poder.

Sí. Hay que hablar de Valencia porque, después de Valencia, ya todo es posible. Porque en el pulso entre el Gobierno central y el local se sacrificaron vidas humanas y porque la denegación de auxilio se enmarca en una conducta con indicios de criminalidad. Hay que hablar de Valencia y de todo lo que rodea al desafío a la legalidad democrática porque, cuando ha muerto la responsabilidad política, solo queda la responsabilidad penal y porque los que han acabado con la primera harán lo que se les deje para acabar con la segunda.