Ignacio Camacho-ABC
- Un partido de mayorías ha de admitir las discrepancias sin conflictos y aceptar la coexistencia de distintos estilos
Para desalojar a Sánchez, el PP va a necesitar el máximo rendimiento de todos sus recursos políticos, ideológicos y hasta técnicos. No se puede permitir renunciar a ningún esfuerzo ni cometer de nuevo el error de enredarse en batallas de celos. Y aun así será difícil que se produzca el relevo sin la colaboración autodestructiva del Gobierno porque sólo el que tiene el poder puede perderlo. Pero lo que en ningún caso ocurrirá es que los populares ganen si el electorado vuelve a atisbar conflictos internos. El éxito de Feijóo depende de que sepa articular un partido unido y a la vez diverso mediante un reparto de papeles entre sus principales dirigentes, de Ayuso a Mañueco, de Almeida a Moreno.
Todos al servicio de un mismo proyecto donde se respeten estilos, matices y hasta algún verso suelto.
Si Casado lo hubiese entendido hace un año quizá todavía seguiría siendo el candidato. La foto de este fin de semana en Madrid, con el jefe del partido y la presidenta de la comunidad fundidos en un abrazo, escenifica el pacto jerárquico que muchos votantes estaban esperando. Por supuesto que hay y habrá discrepancias entre ambos, pero ahora los objetivos, las prioridades y los tiempos de cada cual parecen estar claros y los dos saben que a ninguno le está autorizado el fracaso. Es probable que a Ayuso le sigan calentando la oreja y el ego algunas voces que le hablan de cerca e incluso bastantes sectores de la derecha acostumbrados a identificar la estructura sociológica de la región madrileña con la de España entera. Sólo que el desenlace de la batalla de febrero no tiene segunda vuelta. La diferencia con la etapa anterior consiste en que Feijóo entiende -por el momento al menos- que el tirón de la lideresa suma más que resta. Y en consecuencia parece dispuesto a aguantar algunos inevitables dolores de cabeza.
La cuestión de fondo es sencilla. El modelo de centro-derecha implica una idea de nación y de libertad bien definida, y a partir de esa premisa se trata de encontrar y tolerar tonos distintos ante realidades distintas. Para reunir una mayoría es preciso aceptar que las percepciones colectivas no son idénticas en Galicia que en Castilla ni en Madrid que en Andalucía, por la simple razón de que sus necesidades objetivas tampoco son las mismas. Eso no tiene que ver con sentimientos identitarios -ay, el jardín de las ‘nacionalidades’- ni con la organización del Estado sino con factores psicosociales y estados de ánimo como el dinamismo emprendedor, el deseo de autonomía individual o el miedo al desamparo. Un partido de vocación ‘atrapalotodo’ tiene que moverse en ese espectro amplio con cierta flexibilidad ante sus propios prejuicios dogmáticos. Y sus electores deben comprender que la diversidad es un activo, no lo contrario. Si Feijóo y Ayuso no se estorban en disputas de liderazgo estará mucho más cerca la posibilidad del cambio.