JON JUARISTI-ABC
- A estas alturas, más que una depuración del sanchismo, España necesita algo parecido a una Restauración
A comienzos de 1876, semanas después del pronunciamiento de Sagunto y mientras proseguía la guerra dinástica en el norte (aún colearía a lo largo de catorce meses), alguien compuso una canción que no tardó en popularizarse en el bando liberal. Decía así: «Vente conmigo, niña bonita,/ vente conmigo, que soy carlista./ ¿Cómo me iría contigo,/ siendo yo republicana,/ y un niño hermoso me roba el alma?/ Me roba el alma y me dice,/ me da la mano y me llama:/ vente conmigo, rosa temprana,/ que Alfonso vence, que Alfonso gana».
La niña bonita era, evidentemente, España, que comparece, en otras canciones de distinta época, personificada de modo muy parecido, como niña bonita o niña hermosa (el «niño hermoso» alude a Alfonso XII: a don Carlos, el Carlos VII de los carlistas, le llamaban los suyos y, sobre todo, las suyas, el «niño terso»). Sesenta años después, los falangistas de primera hora cantaban, con intención política, una vieja canción que la radio y antes de ella las tunas habían difundido: «Yo te daré, / te daré, niña hermosa, / te daré una cosa,/ una cosa que yo solo sé: CAFÉ», siendo CAFÉ un acrónimo de «Camaradas, arriba Falange Española». La «niña hermosa» se refería, de nuevo, a España. Como este de CAFÉ hubo otros acrónimos en tiempo de Franco (por ejemplo, VERDE que te quiero VERDE, o sea, «Viva el Rey de España») y hoy corre por Madrid el AY, VIDA: «¡Ay[uso], viva Isabel Díaz Ayuso!».
Lo de «que Alfonso vence, que Alfonso gana» clausuraba el Sexenio Revolucionario (1868-1874), aquella tentativa de rehacer la nación deshaciéndola previamente, que no podía salir bien porque, como dijo Josep Pla, acabaron mangoneándola un par de catalanes del Ampurdán, de modo que los republicanos posibilistas, como la niña de la canción, se volvieron alfonsinos.
En España, de 2017 a esta parte, hemos sufrido algo más que un simulacro de Sexenio Revolucionario, afortunadamente sin las guerras del primero ni los crímenes políticos del segundo (que terminó con el asesinato del jefe de la oposición por policías socialistas), pero el sistema político no ha salido incólume. Más que una ‘desanchización’ del Estado, incluso en forma de una profunda depuración de las instituciones, como reclamaba, el pasado miércoles, el maestro Ignacio Camacho, creo que se necesita una Restauración, una reafirmación profunda de la monarquía constitucional (obviamente, sin pronunciamientos militares). La alternancia democrática exige ya un equivalente al Pacto de San Sebastián, pero a la inversa, en monárquico, de todas las fuerzas políticas que representan a lo que queda de la nación, es decir, a la España humillada y ofendida por el sanchismo. Un pacto entre los liberales y los conservadores del presente que incluya, como mínimo, el compromiso de evitar despellejarse mutuamente.