Dice una periodista en Twitter que se siente estafada cuando sale a cenar por Madrid. La diferencia entre ‘sentirse’ estafada y ‘ser’ estafada es clave en este contexto, pero vamos a dejar ese minúsculo detalle de lado.
Vamos a suponer, incluso, que los sentimientos de la periodista son el baremo por el que los madrileños hemos de medir la bondad de los precios de los restaurantes de Madrid.
Lo que dice la periodista es interesante porque es lo mismo que piensa mucha gente. Que piensa mucha gente sobre los restaurantes de 50€, claro. Sobre los de 20€ esa gente no dice nada, porque se los pueden permitir. Sobre los de 100€ tampoco dicen nada, porque no se los pueden permitir.
El problema parecen ser los de 50€, que duelen, pero no matan.
Supongo que esa gente piensa que lo que convertiría Madrid en una ciudad habitable (para ellos) son miles de restaurantes de 20€, pero con la calidad de uno de 50€. Eso haría que Madrid pudiera compararse con ciudades como Ámsterdam, Tokio o Roma, donde, como todo el mundo sabe, los restaurantes de nivel Michelin a 20€ son la norma.
¿Y qué le han dado a la periodista por 50€? Tres platos «ricos» y una botella de vino en un restaurante «bonito» (los adjetivos son suyos). Un escándalo. En Madrid te dan de comer y de beber bien en un restaurante bonito por el precio de un jersey del Zara.
Almeida dimisión, Ayuso paredón.
En Londres, unos nachos, una pizza y una pinta de cerveza no bajan de esos 50€ al cambio en un restaurante no ya no-bonito, sino desagradable a la vista, al olfato e incluso al tacto.
Y eso por no hablar de los precios de París, la ciudad con la autoestima gastronómica más injustificada del planeta. Algo así como un rabo vestigial de cuando en París se comía bien a precios razonables (en el rango alto se come bien en casi cualquier lugar).
Para qué recordar, en fin, que Madrid es hoy, junto con Ciudad de México, la metrópolis de moda en el mundillo gastronómico y que Dabiz Muñoz, el mejor cocinero del planeta por tercer año consecutivo, regenta tres restaurantes en ella.
«Con esos 50€ cenan dos en Murcia» le responde un murciano a la periodista. «En León cenas por 11 euros» replica un leonés. «En Valladolid, caña y tapa de patatas revoltonas, 2,20€» añade un tercero, intuyo que vallisoletano.
No sigo con el scroll porque me da miedo saber de qué caverna gastronómica saldrá el siguiente subastador a la baja. «En Trancos del Arroyotieso hay una gasolinera donde sólo te cobran 0,5€ por un churro si logras arrancárselo de los dientes a la rata».
Nada más trágicamente hipnótico que esas competiciones a la baja entre españoles por el trofeo al Más Miserias. Ahí ha hecho un buen trabajo el socialismo empoderando a sus ciudadanos en la pobreza. «¿Ese Audi te ha costado 50.000 euros? Pues yo me he comprado una bicicleta por 200 y sólo tardo dos horas y media en llegar al trabajo con ella». ¡Haberlo dicho antes, amigo! ¡AUDI ME HA ESTAFADO!
Son los mismos que te preguntan para qué te vas a gastar 200€ en un menú degustación cuando «sales del restaurante y te tienes que meter en un McDonald’s para llenar la panza». Obviamente, quien dice eso jamás se ha comido un menú degustación en OSA (180€ el largo y 150€ el corto), en Playing Solo (70€ y 105€) o en Torikey (45 y 65€). Pero si el objetivo es engañar al estómago con desechos, también te puedes comer cuatro rollos de Scottex mojados, que sacian incluso más que una docena de Big Macs.
Estamos en cualquier caso frente a uno de los grandes misterios de ese capitalismo gastronómico que nos han impuesto los Illuminati de Sion. ¿Por qué, especulo, un tataki de atún rico en un restaurante bonito de Madrid, con su botella de vino para limpiar el paladar, cuesta más que una cerveza con unas patatas bravas aceitosas y capaces de perforar una tubería de tungsteno en un pueblo de 2.000 habitantes? ¿Eh? ¿Acaso no son ambos comida? ¿Acaso no acaban los dos en el mismo lugar al cabo de 24 horas?
¿Y cuántos murcianos pueden comer en Murcia por el precio de unos dim sum de anguila trufada en Madrid? ¿Dos? ¿Cinco? ¿Una melé de cincuenta y siete murcianos, si te ahorras la vajilla y los cubiertos y les arrojas los garbanzos al suelo?
Luego queremos que el pescador del atún, el que le suministra el combustible al pescador, el transportista que trae el atún a Madrid, el diseñador del frigorífico que conserva la cadena de frío y el camarero del restaurante cobren una cantidad no sólo razonable, sino incluso generosa. El propietario no. A ese que le den.
¿Y cuánto valdrá todo eso si, además, lo queremos en Madrid y no en Murcia, León o Valladolid? «Quiero vivir en Madrid pero a precios de Vicálvaro» no es más realista que pretender hacerlo en Nueva York con salario español.
La pregunta es cuál será el precio justo para tres platos ricos y una botella de vino en un restaurante bonito de Madrid. Intuyo que el que pueda pagar la periodista. Si la periodista puede pagar 20, será 20. Si sólo puede pagar 10, será 10. Si no puede pagar nada, será nada.
Lo cual es una intuición sorprendentemente correcta.
A esa conclusión llegó de hecho la humanidad hace milenios. A la de que los productos y los servicios no valen lo que cuestan, sino que cuestan lo que valen. Es decir que no tienen un precio justo, sino uno relativo, y que mientras vivamos en comunidad ese precio dependerá de cuánta gente compita con nosotros por ese producto.
Es aquello del vaso de agua que, siendo el mismo, tiene un precio distinto en el desierto de Gobi que en un bar asturiano.
La verdad es que parece fácil deducir que el precio razonable no existe, pero que si existiera, sería el que dictara nuestro ombligo en perfecto equilibrio con nuestra necesidad.
¿Por qué a muchos, entonces, les parece caro un menú de 50€? Porque no se lo pueden permitir, a diferencia de cientos de miles de madrileños que sí pueden (y ese es el motivo de que en Madrid haya tantos buenos restaurantes a 50€). Si se lo pudieran permitir, les parecería barato. Y caro pasaría a ser entonces, qué sé yo, el menú del DiverXO, que anda ya por los 395€, más 600€ de maridaje.
A no ser que les ocurra como a esos que prefieren comerse unos nuggets con kétchup por 1€ que un menú degustación por 395€ porque no valoran ni lo uno ni lo otro.
Lo que hay que decidir entonces frente a un menú de 50€ no es si el precio es justo, porque los precios justos no existen, sino si tu problema es que no lo valoras (y entonces cualquier precio, aunque sea ridículamente bajo, te parecerá caro) o que no te lo puedes permitir (y entonces tu problema, bastante común por otro lado, es otro).
Lo que no es, desde luego, es problema de Madrid, de los restaurantes o de los madrileños. En la España vaciada hay sitio de sobra y a precios insuperables. Sobre todo si crees que tu salario debería ser el metro patrón de la economía mundial.