Rebeca Argudo-ABC

  • Ya no es cuestión de ideología, ni siquiera de ese simplismo entre malos y buenos; es cuestión de probidad

Urge restaurar la decencia. No hablo ya de aquella fantasía de convivir pacíficamente aun pensando diferente (qué loco lo del respeto), que hoy parece una utopía: ya se encargó Pablo Iglesias, aquel exvicepresidente cuarto devenido en tertuliano de tercera, y compañía (kioskeros y cajeras) de agitar a sus pueriles prosélitos y convencerlos de que quien no piense como ellos es un canalla que sólo quiere ver niños muertos flotando en aguas del Mediterráneo (y coló). Hablo de decencia. De aseo y compostura. Que ver a ministros (¡ministros!) aludiendo a la intención de un miembro de la UCO de poner una bomba lapa al presidente del Gobierno, sabiendo fehacientemente que es mentira, produce un bochorno complicado de gestionar. Pilar Alegría, María Jesús Montero y Óscar López (digamos los nombres, no diluyamos la responsabilidad) pese a que, incluso el director de La Sexta Noticias ha reconocido el error, se hacían eco de la falacia (entre sumisos y encantados). Más papistas que el Papa. Parece que el fango y la desinformación opera sólo en un sentido ideológico: si lo dicen los otros y levemente nos incomoda, es falso; si lo dicen los nuestros y nos viene bien, es cierto. Y, claro, un atentado con bomba lapa, aunque sea de Aliexpress y sin garantía, les va fetén. Que venimos, recuerden, de que salga corriendo y mohíno de Paiporta porque le gritaron y lanzaron un palo que ni le dio (y el Rey, ese que ocupa el casoplón que le molaría a Begoña ‘la catedrática’) se quedó, evidenciando la cobardía. En lugar de hacer pandita y largarse de allí cariacontecido (melodrama manda). Urge restaurar la decencia, digo. Que avergüence la mentira y la cobardía, que no cotice al alza el oportunismo ni el servilismo. Porque ya no es cuestión de ideología, ni siquiera de ese simplismo entre malos y buenos que opera en las cabezas más perezosas y simples. Es cuestión de probidad. De un mínimo de decoro. Y el ejercicio es sencillo: denle la vuelta, votantes irredentos de un PSOE que ya no existe. ¿Qué les parecería que, en su momento, la mujer de Rajoy hubiese sido sospechosa de instrumentalizar el ayuntamiento carnal para medrar en lo intelectual todo lo que sus capacidades no lo permitieron previamente? ¿Qué opinión les merecería que el hermano de Rajoy hubiese utilizado la carga genética para medrar en lo profesional? ¿Cómo interpretarían que su fiscal general estuviese investigado, exministros e íntimos procesados, militantes bajo sospecha…? Y, sobre todo, díganme qué opinarían sobre la utilización y enarbolamiento de una mentira manifiesta (la de la bomba lapa), es decir, la ausencia de verdad, para tratar de desacreditar a un cuerpo policial con la intención de interferir en la opinión pública respecto a un caso de corrupción que salpica, directamente, a la cúpula del partido en el Gobierno. ¿Qué pensarían? Solo hagan ese ejercicio. Y, de ser honestos, reconozcan que hoy creer en la palabra de Sánchez es un acto de fe, ajeno a la razón y el entendimiento. Pensamiento mágico, como quien dice. Y yo, ante la magufería ingenua, no puedo menos que sentir que piedad.