Armando Zerolo-El Español
  • Yo estaba convencido de que Sánchez era la inteligencia sin escrúpulos y Ábalos el fontanero, el segundón y brazo ejecutor. Pero para mi sorpresa, según los mensajes filtrados, no era así.

José Luis Ábalos era el listo, y no lo sabíamos. Esto sí que no me lo esperaba.

No me ha sorprendido el tono mafioso de los mensajes filtrados, la purga estalinista organizada por Sánchez contra LambánGarcía-Page o Fernández Vara. Tampoco me ha impresionado la solidaridad con el corrupto, la exhibición desmesurada de afectos que sólo se muestran así cuando te quieren para una noche loca, o para que desayunes con uranio.

Lo que me ha sorprendido es que en la relación entre el presidente y su segundo, Ábalos ponía la materia gris, y Sánchez la ambición, la falta de escrúpulos y el narcisismo ególatra.

Yo estaba más o menos convencido de que Sánchez era la inteligencia sin escrúpulos y Ábalos el fontanero. Que el hombre detrás de la mesa de roble era el «number one«, y que el segundón era el brazo ejecutor. Pero para mi sorpresa, no era así.

Bastan un par de mensajes para ver que el hombre que tenía la política en la cabeza, el talento para escanear al adversario, detectar sus debilidades, elaborar un mensaje vencedor, y conectar con la sensibilidad popular era el que tenía pinta de personaje secundario de una película de Torrente.

Es verdad que Pedro Sánchez es Pinocho. Lo que no nos podíamos imaginar era que Ábalos fuese Pepito Grillo.

Los mensajes prueban la enorme influencia que tenía Ábalos sobre Sánchez, pero además muestran que el personaje en cuestión llevaba la política en la sangre. No era un simple chupóptero del sistema, ni un tipo obsesionado con viralizarse en Redes Sociales.

Cuando en 2023 sugería que había que «socializar el esfuerzo y el éxito» porque, según el texto publicado en El Mundo, «apelar al esfuerzo y capacidad de los españoles para superar cualquier reto supone una conexión emocional muy poderosa», mostraba una lucidez muy superior a la de muchos que entonces realizaban funciones similares en lugares diferentes.

Sinceramente, me ha impresionado leer esos mensajes de Ábalos. Sin ironía lo digo. Es un tipo listo, como el que no se deja impresionar por el mago que distrae la mirada, y la deja fija en la mano que no se mueve, en el punto importante.

Cuando muchos animaban al cabreo, la protesta y la confrontación, él señala la importancia de buscar la conexión emocional en el esfuerzo y la capacidad de superación colectiva. Me lo imagino poniendo cara de Tamariz y partido de risa viendo como todos los demás habían caído en el truco. La derecha cabreada y pataleando, y ellos apelando al esfuerzo y la unidad colectiva. ¡Tachán!

Cuando estableció como prioridades los dos frentes de la vivienda y la alimentación, aunque sean complejos de pobres, mostró su inteligencia para conectar con el electorado planteando retos, capacidad de resolverlos, y liderazgo. El mérito es enorme, porque no había nada de eso, y aun así apostó por ello.

Esto a un tonto no se le ocurre:

«Estoy convencido de que este Gobierno y tu acción como presidente están perfectamente legitimados para invocar una épica de país (…) y de apelar a que juntos, el PSOE, este Gobierno y la sociedad española, van a conseguir hacer una España mejor, una España ilusionante y una España de progreso».

Había que tener mucha imaginación y pocos escrúpulos para decir eso estando donde estaba, y convertirlo en la estrategia ganadora para las elecciones generales. Sabía perfectamente que este mensaje produciría un doble efecto.

Por un lado, encabritaría más a la derecha, convencida de que la caída de Sánchez se produciría por su propio peso y que bastaba con ponerle un poco más de plomo para hacer más pesada la caída. Y que la única salida para Sánchez era capitalizar el ejemplo que había dado la sociedad española y que el Gobierno no había sabido dar.

¿Qué hubiese pasado si la oposición hubiese seguido estos sencillos consejos? No me cabe la menor duda de que el resultado del 23-J hubiese sido mucho más favorable para la derecha.

Ábalos es un tipo listo, pero sin escrúpulos, que utilizó el partido, el Gobierno y el país para lucrarse, y ahora lo quiere utilizar para no pagar por ello. Es evidente que Sánchez lo sabía, pero sabía también que sin Ábalos ni hubiese llegado hasta ahí, ni se hubiese mantenido.

A pesar de todo, lo necesitaba. Ábalos es el precio consciente que Sánchez quiso pagar por el poder, como Fausto cuando vendió su alma al diablo por unos años de vida extra.