Joseba Arregi, DIARIO VASCO, 7/7/11
Aunque sea tarde, es preciso elevar la voz contra todos los intentos de retirada que implican la expulsión de parte de la sociedad vasca del pueblo que supuestamente nos quiere gobernar
El término retirada puede ser entendido como el pasivo de exclusión, de expulsión. Es significativo que ese término, retirada, caracterice las primeras decisiones políticas de la coalición Bildu: retirada de la foto del rey en el consistorio de San Sebastián, propuesta de retirada de las aportaciones en el cupo referidas a la Casa Real, a Defensa y a Exteriores por parte de la Diputación de Gipuzkoa, petición por parte del máximo responsable de EA, y miembro de Bildu. Pello Urízar, de retirar las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado de territorio vasco, de la Policía Nacional , de la Guardia Civil, de los militares.
Todas ellas son retiradas que encarnan simbólicamente la petición de retirada del Estado de todo el territorio vasco. Y la retirada se argumenta porque precisamente esos símbolos representan al Estado que no tiene nada que ver, ni que buscar, ni que representar en Euskadi. Es el Estado el que debe retirarse de Euskadi, para hacer sitio a otra cosa. Y debe retirarse porque, supuestamente, no representa a la mayoría social vasca.
Tomando en serio, que es precisamente lo que hay que hacer, esas retiradas implican la exclusión del Estado de Euskadi, la expulsión de la sociedad vasca de todos aquellos, mayoría o minoría, que sí se sienten representados por ese Estado y sus símbolos. Porque todos esos ciudadanos vascos, ciudadanos todavía, pueden relativizar la fuerza y el valor de los símbolos, pero no relativizan la importancia de la presencia del Estado en Euskadi, que siendo un Estado de derecho es la única garantía y el único valedor de sus derechos ciudadanos.
Todos estos ciudadanos, mayoría o minoría, se sienten expulsados de la sociedad vasca a través e la retirada de los símbolos que representan a ese Estado de derecho que es España y que les constituye como sujetos de derechos y libertades fundamentales, independientemente de que se sientan muy o poco españoles, de que adoren la lengua castellana o le den un valor de uso funcional. Y por supuesto, independientemente de que se sientan muy vascos, menos vascos, vascos a la Otegi, o vascos al humo de las velas, como se dice en la nueva gastronomía vasca.
Estas retiradas simbólicas, junto con las retiradas que se anuncian, son en realidad expulsiones, implican la expulsión del modelo de sociedad, de pueblo que tienen los responsables de Bildu, y en el que no caben los no adscritos sentimentalmente, los no identificados enteramente, los que se atreven a identificaciones mixtas, los que tienen la desvergüenza de albergar sentimientos no exclusivos de pertenencia al pueblo vasco tal y como ellos lo entienden.
Y para que lo entendamos claramente desde el principio, el nuevo diputado general de Gipuzkoa, de forma paternalista nos quiere tranquilizar diciéndonos que seguiremos pudiendo pedir un cortado en castellano.
Lo que sucede es que algunos ingenuos seguimos creyendo que el sentido de democracia se ha ido desarrollando en Europa a partir de la libertad de conciencia, que la libertad de conciencia significa hoy libertad de identidad y de sentimiento de pertenencia, seguimos creyendo que no puede haber garantía de libertades y derechos fundamentales si los que, con todo el derecho humano del mundo, quieren seguir sintiéndose pertenecientes a la nación vasca y a la española sin establecer relaciones de exclusión entre ambas pertenencias, son expulsados de la idea de nación, de pueblo y de sociedad que tienen los que han comenzado con la retirada de símbolos que representan al Estado y que convivían con símbolos que representaban a la nación vasca, al pueblo vasco, a la sociedad vasca.
Es muy grave retirar símbolos del Estado de derecho porque significa retirar las garantías de los derechos y libertades fundamentales. Y la referencia a derechos colectivos, tal y como los entiende una supuesta mayoría social, no es sustituto válido para lo que se retira y se expulsa. Ninguna sociedad democrática se ha constituido nunca simplemente sobre una mayoría de la voluntad ciudadana, sino siempre sobre acuerdos entre las distintas formas de ver, sentir y vivir esa sociedad, su historia y su futuro. De otra forma estaríamos transformando la mayoría de identidad de una sociedad, por muy escasa que fuera, en la voluntad general metafísica de Rousseau, que es heredera del absolutismo de la soberanía del Antiguo Régimen, y dando alas a la concepción de democracia que Kant critica como tiranía.
Algunos pensadores que han querido encontrar una respuesta a la pregunta de por qué en una sociedad culta y formada como la alemana previa a Hitler el nazismo pudo desarrollar tanto poder de atracción han apuntado a que cuando no se desarrollan las instituciones y los símbolos identificadores del Estado, se crea un vacío que pasa a ser ocupado por el pueblo. Y entonces todo tipo de totalitarismos son posibles.
Quizá sea demasiado tarde para recordar entre nosotros lo que en otros países que han vivido totalitarismos han tenido que aprender a la fuerza: cuidado con los comienzos, es preciso hacer frente a los comienzos. Y digo que quizá sea demasiado tarde porque llevamos mucho tiempo dejando que los inicios tengan lugar. Hemos entregado desde hace demasiado tiempo el arma fundamental que posee una sociedad democrática frente a los intentos de totalitarismo -que sigue siéndolo aunque se vista de revolucionario-: el pensamiento crítico, el remar en el ámbito de la opinión contra corriente, el ofrecer resistencia a discursos al parecer biensonantes y que incluso prometen la paz que ellos mismos han robado previamente.
Pero aunque sea tarde es preciso elevar la voz contra todos estos intentos de retirada que implican la expulsión de parte de la sociedad vasca del pueblo que supuestamente nos quiere gobernar. Aunque sea tarde. Para que no sea demasiado tarde. Y si sucede, para que no puedan decir que no nos dimos cuenta.
Joseba Arregi, DIARIO VASCO, 7/7/11