Javier Zarzalejos, EL CORREO, 10/6/12
La sociedad y las instituciones no deberían aceptar que la cuestión de los presos se descargue sobre ellas como si fuera su problema. Los presos son un problema de ETA y sus asociados políticos
Se entiende que quien más quien menos procure que la realidad no le estropee una buena historia. Y la declaración presuntamente histórica de los presos de ETA lo era. Se esperaba mucho. Se esperaba que los presos etarras declararan no se sabe muy bien qué. Porque, en la mejor de las previsiones, se anticipaba que el mencionado grupo podría aceptar la ‘reinserción individual colectiva’, lo que en la práctica no habría hecho otra cosa que añadir un nuevo oxímoron a los varios que circulan en la política vasca como ‘tregua definitiva’ o ‘nacionalismo cívico’, por ilustrar la afirmación con dos ejemplos.
La decepción ha alimentado versiones compensatorias, algunas verdaderamente elaboradas. Se ha dicho, con tono de exclusiva, que los presos tenían preparado un documento más abierto y virtuoso pero que la detención de dos etarras en Francia provocó que lo endurecieran. Algunos, queriendo edulcorar lo sucedido, lo terminan de estropear porque si la reacción de los presos ante detenciones de sus colegas consiste en mostrarse más desafiantes, entonces hay alguna razón añadida para dudar seriamente de que albergasen esa voluntad rehabilitante que se les atribuía. En esa misma línea de razonamiento tampoco se entiende qué mérito hay en quien reconoce el daño y no se arrepiente, porque entonces significa que se reafirma en que hay algo valioso y justificable en el daño que ha causado.
Otras explicaciones sitúan a los ‘duros’ en franca minoría frente a una mayoría que quiere optar por el camino que ofrece la legislación vigente para la reinserción. Lo que pasa es que por la paz un avemaría; que para no provocar rupturas –es decir para insistir en la exigencia de salidas colectivas –estos habrían cedido en la redacción del documento que se presentó el pasado sábado.
No tengo idea de cuál es la situación de los presos de ETA pero ni siquiera las estimaciones más optimistas de cuántos podrían acogerse al plan de reinserción del Ministerio del Interior indican, ni mucho menos, la existencia de esa mayoría entre la población reclusa de ETA.
A esa mayoría inexistente se la atribuye como aval el haber tomado posición a favor de la ‘vía política’ que ahora representaría la izquierda abertzale. Nuevamente subyace el error de pensar que la izquierda abertzale y su estrategia busca lo mismo que el común de los demócratas, también con los presos. Y no es verdad. La izquierda abertzale quiere promover una negociación política que disfrace su pretensión de ruptura, quiere salvar para su acervo las siglas de ETA y quiere legitimar décadas de terror porque son también sus décadas de terror. No quiere la reinserción de los presos en el sentido que lo entiende un sistema legal y penitenciario que no asume el fracaso irreversible de la condición humana. Todo lo contrario, necesita que la suerte de los presos ratifique la épica sangrienta de su cuento. No solo es ETA la que no quiere ‘salidas’ para sus reclusos, que siguen siendo suyos en todos los sentidos; es que la izquierda abertzale rechaza que los presos nieguen lo que ellos están afirmando: la justificación histórica de la violencia terrorista, el aprovechamiento de la legalidad sin condena de la estrategia para destruirla. A ETA y a sus asociados políticos este asunto de los presos, de momento, les interesa solo para poner en aprietos al Gobierno, para poderle acusar de inmovilista, explotar el victimismo –«nosotros que tanto estamos haciendo por la paz y los desagradecidos de Madrid no se mueven»–, dividir y seguir buscando la negociación con el Estado que llamándola ‘técnica’ parece más aceptable. Eso, si no se trata de buscar coartadas para cosas peores.
De ahí que resulte una verdadera falacia esa caracterización de los presos de ETA como un colectivo cautivo de la banda terrorista a la que el control de esta impediría mostrar su buenas intenciones y su disposición a asumir la legalidad y las implicaciones de sus crímenes. Como ya ocurrió con Batasuna, estamos en pleno proceso de idealización de un colectivo que, en su inmensa mayoría, sigue formando parte de ETA y que se sitúa en el núcleo de la estrategia de impunidad y de legitimación del terror que es esencial para el proyecto político que incuba la izquierda abertzale. De modo que el control que ejerza ETA no es la clave que todo lo explica. Los presos también aspiran a ocupar su lugar en esta historia. Que sean un instrumento de la banda no significa que no compartan esa estrategia. La comparten y creen que puede abrirse paso. No habría que confundir al que merece ayuda con el que conviene que sepa a qué atenerse.
No hay, no puede haber, y no debe haber un relato compartido que dirija una mirada benevolente hacia el terror y sus responsables. Y esta cautela incluye lo sustancial y lo simbólico, las elaboraciones de la memoria y su materialización, la situación presente y los intentos de intoxicación retórica que se avecinan.
La sociedad y las instituciones no deberían aceptar que la cuestión de los presos se descargue sobre ellas como si fuera su problema. Los presos son un problema de ETA y sus asociados políticos, son un problema para esos entornos que los esperan para exaltarlos. Deben ser –son– un problema para los que necesitan blanquear su trayectoria porque calculan que una sociedad que asume la victimización de que ha sido objeto es un sociedad moralmente vencida. Asegurar la justicia es el único emplazamiento que podemos aceptar de ese mundo.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 10/6/12