Hecho una furia y con ansias de venganza. Así se presentó Pedro Sánchez este lunes en la sede de su partido en Ferraz, según testimonios esparcidos en algunos medios. Un vídeo, hay que grabar un vídeo, había urgido a los estrategas de guardia, atónitos ante la inesperada exigencia. Le habían dado CERA (Censo Electoral de Residentes Ausentes) en el cómputo del sábado, le habían quitado un escaño al PSOE (121) y se lo habían dado al PP (137). Una bofetada a ese impostor inverosímil que pretende pasar por vencedor en unos comicios que ha perdido. Un guantazo a su orgullo, que no a su mayoría parlamentaria, atada y bien atada. Llevado de su rabia, incluso incurrió en un aspaviento trumpista y reclamó a las juntas electorales (madrileña y nacional) la revisión del escrutinio del voto del exterior. ¿Sospechas de pucherazo? ¿Dudas sobre la limpieza de las instituciones? ¿Hablará el PSOE de que hay que detener a Feijóo?, como se automartirizó Sánchez en la campaña de mayo?
La estrategia era sencilla: Que Feijóo exhiba su desesperación, su incierto horizonte, su mayoría imposible, que se desgaste, que se queme, que se cueza en su propia salsa
Tras el favorable resultado del 23-J, el caudillo del progreso había ordenado a sus filas ‘reposo y silencio‘, como si la pandilla basura de Patxi López, en lugar de una secta fuera una congregación cartuja. Playita y mojitos a la espera de la constitución de las Cámaras, el próximo 17. La estrategia era sencilla: Que Feijóo exhiba su desesperación, su incierto horizonte, su mayoría imposible, que se desgaste, que se queme, que se cueza en su propia salsa. El líder del PP llamaría a todas las puertas, como muestra de su democrática disposición al diálogo y el entendimiento (‘Estimado Pedro..’) y se le respondería con la burla y el desplante («hoy disponemos de medios más ágiles para la interlocución») desde la acolchada tranquilidad de quien tiene las mejores cartas.
El maldito voto del exterior trastocó el escenario. Primero, el sonoro bofetón en la quijada del presidente, ese accidentado promontorio donde se concentra su soberbia y arrogancia. Luego, el notable efecto en el equilibrio de los bloques. A ojo de buen cubero, y contando con la imprevisible anuencia canaria, La derecha se plantaría en 172 escaños mientras la izquierda y los indentitarios del Klan catalán se quedaban en 171. Alarma súbita, movilización general, se acabó la holganza -al menos en los despachos que apalabran los acuerdos- todos a peregrinar en cuclillas hacia Waterloo, desde donde se decidirá el color del futuro gobierno español.
Presión al Rey, que deberá decidir si ofrece al vencedor de las elecciones el primer turno o se inclina por quien asegura tener capacidad de armar una mayoría
Los cambios afectan incluso a la Corona. El proceso de investidura, que se adivinaba un trámite protocolario y lineal, empieza a cobrar visos de laberinto endiablado. Sánchez pretendía ceder a Feijóo el primer turno a fin de que se estrellara y luego, tranquilamente, se presentaría el gran tótem de los desprotegidos para pasearse en una sesión triunfal. El libreto se ha descuajeringado. Sánchez ahora quiere ser el primero en postularse. «En cuanto se constituyan las Cortes», subraya en el vídeo famoso, en la confianza de que ‘la mayoría social’ se concrete en una ‘mayoría parlamentaria’. Mete mucha presión al Rey, que deberá decidir si encarga el cometido al vencedor en las urnas o se inclina por quien asegura tener capacidad de armar una mayoría. El artículo 99.1 de la Constitución, ahora tan trasegado, nada concreta al respecto, a nada obliga al Monarca salvo a consultar con los representantes de los grupos políticos del Congreso.
El flequillo de Waterloo
Sánchez no se lo va a poner fácil Zarzuela. Ese escaño de última hora le ha enrabietado como a Sutherland en la escena del gato de Novecento. El extraño vídeo del lunes no es más que el empeño en hacer constancia de que es el único aspirante con posibilidades al sillón presidencial, es el que lleva la iniciativa, el que dice cómo están las cosas y no el chicharelo de Feijóo que no puede hablar con nadie salvo con la ultraderecha.
Moncloa echa humo, han entrado las prisas y se ha desatado la ventolera del pacto, el diálogo bajo la mesa, el preacuerdo bajo cuerda.
Puigdemont ha enseñado la patita y el flequillo desde su escondrijo belga y reclama focos y protagonismo. También gestos y medidas. Amnistías, referéndums y demás quincalla que los independentistas vocean desde hace lustros y que nunca como ahora estuvieron tan cerca de amarrar. Sánchez, incendiado por el maldito voto de CERA, pisa ahora el acelerador para apurar la decisión de Felipe VI, concretar el apoyo del golpista fugitivo y desalojar a la derecha del tablero político por otros cuatro años. O más.