Los dos años de pandemia rebajaron significativamente el ánimo soberanista, tanto en Cataluña como en Euskadi. El nacionalismo gobernante se vio obligado a retratarse en la ‘cogobernanza’ de Sánchez, aun criticándola, porque no había razón epidemiológica alguna para ir por libre, sino todo lo contrario. Mientras EH Bildu se debatía entre exigir más restricciones o lo contrario. El coronavirus procedente de Wuhan corrigió sorpresivamente la agenda abertzale. Aunque la ‘gripalización’ de la covid afloró durante unos días la vindicación de la mesa de diálogo total sobre Cataluña y el reverdecimiento del nuevo estatus para Euskadi, la invasión rusa de Ucrania ha vuelto a congelar los planes siempre imprecisos tanto del soberanismo rupturista como del gradual.
El lehendakari Urkullu se descolgó con una declaración sin precedentes en la trayectoria jeltzale. «Es tiempo de pactos de Estado PSOE-PP abiertos a partidos como el PNV». Ninguna autoridad institucional se había mostrado antes tan alineada con una ‘gran coalición’ en España, esperando en este caso que el PNV pudiera ser partícipe de una experiencia ya pasada al modo de la CSU bávara en Alemania. Luego su consejera de Desarrollo Económico, Arantxa Tapia, advirtió de que la industria vasca estaba en «emergencia energética». Y a continuación el propio lehendakari se pronunció en términos más dramáticos que ningún otro responsable español o europeo al calificar el momento de «economía de guerra», cuando todavía cabe sortear la recesión. Con lo que la excepcionalidad pandémica se vería redoblada en cuanto a la revisión de la agenda abertzale.
No solo eso. La secuencia de tres días en Rusia por la que el Partido Comunista de aquel país promueve una moción en la Duma para el reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk que es aprobada por abrumadora mayoría y hecha suya inmediatamente después por Vladimir Putin para ordenar a continuación invadir Ucrania desbarata la emancipación pretendida por el soberanismo. Porque la independencia de Donetsk y Lugansk presupone su sometimiento absoluto a los dictados del Kremlin. La crisis desatada por el panrusismo de Putin ha echado por tierra la interdependencia en dos semanas para imponer una doctrina de completa sumisión a la autocracia de turno, o de confrontación abierta para acabar con ella. El motivo más convincente para que China acabe actuando de verdadero mediador en la crisis se llama Taiwan, Hong Kong, Tíbet y Xinjiang.
Que el prácticamente desaparecido Pere Aragonès haya sido noticia porque vacilaba entre asistir o no a la Conferencia de Presidentes de mañana en La Palma para optar finalmente por fotografiarse con los demás porque «está lo de Ucrania» lo dice todo. La izquierda abertzale se encuentra perdida, entre la añoranza leninista y la elocuencia atroz del ‘putinismo’, esforzándose en explicar lo que sucede como si fuese una curva sin más importancia de la Historia. Pero el PNV de Urkullu se ha manifestado en unos términos tan graves a causa de la invasión de Ucrania y sus consecuencias que ni siquiera el pacto entre el PP y Vox en Castilla y León le permite desandar estos últimos días de camino por un consenso nada identitario.