ANTONIO BURGOS-ABC
El Rey estaba allí. Donde debe estar y como debe estar
HABÍAN anunciado la encerrona en Barcelona, que rima. Que al Rey le iban a montar la del tigre. Tan torpes son. Esas cosas se preparan y se hacen, pero chitón, hijos, es elemental, querido Watson, en cualquier manual de táctica y estrategia. Hablo de la presencia de Su Majestad en la inauguración de algo que está en punta de lanza de las nuevas tecnologías en todo el mundo: el Mobile World Congress (MWC). O sea, una especie de feria de muestras, pero a lo grande, a lo bárbaro, de los últimos avances en materia de ese instrumento de primera necesidad en el que para todos se ha convertido el teléfono móvil.
Como sabían que el Rey iba a asistir, como otros años, para inaugurar el Congreso, los del lacito amarillo le tenían preparado el numerito. Amarillo, ojú… ¡Con la mala suerte que da el amarillo! ¿No podían haber elegido otro color para que se lo pusiera como lacito, por ejemplo, Pep Guardiola para que hasta en el Reino Unido de la Gran Bretaña se enterasen de quién es el gachó y quiénes sus amiguetes? Así les va a los del lacito que no recogen los laceros. Las encuestas cantan que cada vez hay menos partidarios de la independencia de Cataluña. Llevando por divisa la mala suerte de un lacito amarillo para que saquen de chirona a los rebeldes sediciosos, ¿cómo no van a ir las encuestas para abajo que se las pelan?
¿Y saben por qué se la tenían jurada y guardada al Rey? Por lo del 3 de octubre. Cuando salió por la televisión y, al igual que su augusto padre en las horas amargas del 23-F, dijo lo que tenía que decir y lo que los españoles esperábamos que dijera acerca del intento sedicioso de romper España que se había producido dos días antes en Cataluña. Al Rey querían montarle el numerito porque tras el 1-O defendió la supremacía de la Constitución. Esto es, por cumplir y hacer cumplir la Constitución en las más duras circunstancias. Y eso no se lo perdonaban ni se lo perdonan: que fuera el Rey el primer español, en todos los sentidos, quien diera un paso al frente contra tanta sinrazón para sencillamente cumplir la Constitución. Y como no se lo perdonan, que animara a que se cumpliera la ley y que el Gobierno, hombre, por fin, se decidiera tras sus palabras a aplicar el articulo 155, pues cacerolada al canto, y algarada, y vengan lazos amarillos, y desaires de ausencias buscadas por Ada Colau y por el presidente del parlamento autonómico catalán, Torrent. Que no fueron al besamanos, porque dice Ana Colau que eso es una cosa muy antigua; pero mira cómo a la cena, como era de gañote, sin tener que pagar el cubierto, sí que fueron.
Como Don Felipe VI lo está haciendo de cine, no fue a inaugurar al Mobile Congress, no: se metió en la jaula de los leones. «Otro cualquiera en su caso», que recitaría Pepe Pinto a María Manuela, hubiera dicho: «Anda y que les den a los catalanes de las cacerolas, al Mobile y a los teléfonos de quinta generación, que a mí no me la lían otra vez en Barcelona como cuando los terroristas yijadistas se llevaron por delante a las criaturas inocentes en las Ramblas y fui a acompañarlos en su dolor.» Pero no. El Rey estaba allí. Donde suele: donde debe estar y como debe estar. Para cantarle las cuarenta al lucero del alba, y en este caso llamo lucero del alba, que ya es llamar, a Ana Colau. No por WhatsApp ni por comunicado oficial, sino en persona, cara a cara, en primera línea de combate, como buen antiguo guardiamarina del Juan Sebastián de Elcano: «Yo estoy aquí para defender la Constitución y el Estatuto de Autonomía». Sólo le faltó añadir, pero hubiera sido ya chulería, no valentía en el cumplimiento de su deber «por España, todo por España»: «¿Passssa algo?». Pues pasa que Don Felipe, al contrario de este Gobierno que se arruga tanto ante la sedición catalana con un 155 «light», sigue siendo el español que más da la cara por la Constitución. En primera línea siempre. Como siempre.