ANTONIO LUCAS-El Mundo

El trasteo pirómano de los CDR en Barcelona deja imágenes para el olvido que recordaremos como lo que son: el puzzle diabólico de una Cataluña que caracolea entre la parálisis y el estupor. El independentismo sigue fundando Repúblicas repentinas con la gaseosa de los sentimientos. En medio de ese delirio aspiracional quieren ser una miniatura anecdótica dentro de las mil Españas parciales de la España entera.

El independentismo que estos días atiza las calles de Barcelona, sobrado de apellidos maternoespañoles, sólo es una anécdota en la Historia. No merece tanto jaleo lo que no será posible ni en tres generaciones. Esa es la verdad política peninsular que no quieren ver. La sentencia del Procés es otra excusa para volver a hacer fogatas en el cuarto de jugar. Otros 40 millones de ciudadanos observamos el espectáculo absurdo de unos pollos que toman las calles como si vengasen su condena en el campo de concentración de Albatera, cuando en verdad salen de sus casas a todo confort. Eso es lo loco de esta causa. Y lo ridículo.

El problema no es exactamente político, sino de histerias mal diagnosticadas. Todo empezó en los años 80 con un trapicheo de transferencias bancarias, a la sombra del dinero se consumó una secta de ladrones de pura raza y, a partir de ahí, la España clara de los corruptos nacionalistas fue mutando a la España confusa de los agraviados por impago. Un jari pesadísimo. Y así por mucho rato.

Este país es tan democracia que ellos pueden travestirse de damnificados por no sé qué dictadura actual. Mantener al personal en prisión preventiva por dos años es un exceso, pero tampoco es leve el derroche de declarar una República ilegal, con menos permanencia que un pedo, engañando de paso a quienes quisieron creer que en un país multicolor nació una abeja bajo el sol/ y fue famosa en el lugar/ por su alegría y su bondad.

Gracias a esta verbena independentista (tan mermada) la extrema derecha está ganando tiempo y posibilidad de votos. Los mozos ultras no tienen que presentarse posando a caballo por las dehesas. Basta con esperar a que algunos ciudadanos ofendidos compren su discurso de arenque y dinamita como jarabe contra el separatismo. Demasiados ciudadanos quedamos vendidos en medio de este aquelarre de unos pocos, víctimas de la fantasía vana de quienes aún niegan que los Reyes Magos sean los padres. La lucha es otra vez entre los de siempre: paleoespañoles contra paleocatalanes. Y vuelta a empezar.