JOSÉ LUIS DE LA GRANJA, SANTIAGO DE PABLO Y LUDGER MEES-EL CORREO
- El catedrático fallecido siempre pensó en una historia ‘maestra de la vida’ y participó en diversos movimientos cívicos contra ETA
El día 12 falleció en Bilbao uno de los principales protagonistas de la renovación historiográfica vasca desde las últimas décadas del siglo XX. Ricardo Miralles Palencia, catedrático del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, nació en San Sebastián el 19 de enero de 1954. Estudió en el Liceo Francés de la capital guipuzcoana y se licenció en Historia en la Universidad de Deusto. En 1978 se incorporó como profesor a la actual Facultad de Ciencias Sociales y Comunicación en Leioa, que entonces era una unidad docente recién nacida, dependiente de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su trabajo sobre el socialismo vasco durante la Segunda República (1987) fue una de las primeras tesis doctorales en Historia Contemporánea defendidas y publicadas en la UPV/ EHU.
Enseguida se convirtió en uno de los mejores especialistas en la historia del socialismo en el País Vasco del siglo XX, dedicando especial atención a su principal líder, Indalecio Prieto, sobre el que publicó varios libros. Pero también amplió su mirada investigadora hacia otros temas, como la figura del presidente del Gobierno republicano Juan Negrín, las relaciones internacionales entre 1870 y 1945 y en especial su incidencia en la Guerra Civil española.
Pensó siempre en una historia académica, pegada a las fuentes, pero que a la vez fuera ‘maestra de la vida’. En su último libro de 2021 sobre Indalecio Prieto recogía una rotunda frase del dirigente socialista vasco: «La política, arte de realidades, no es un fumadero de opio». Era toda una declaración de intenciones, no solo pensando en las ideas «de afirmación democrática, defensa del pluralismo y reforma social» de Prieto, sino también en algunas derivas de la política española reciente.
Fue además un buen compañero y un excelente profesor, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Sus estudiantes contaban cómo, cuando había fichas con fotos de cada uno, se aprendía sus nombres para dirigirse a ellos en clase directamente, de modo que no se sintieran un elemento anónimo de una lista. Lo mismo hacía con sus doctorandos, para los que era un maestro -en el sentido original de la palabra- y no un mero director.
Su pasión por la docencia se hizo aún más palpable desde que, hace dos años, le diagnosticaron una enfermedad incurable. Cualquier otro habría pedido la baja, pero él decidió seguir impartiendo sus clases, que los estudiantes recibían con un agradecimiento especial, al ser conscientes de lo que le costaba. Cuando no pudo hablar, debido a su enfermedad, siguió dando su curso de máster ‘online’. Se jubiló el pasado mes de octubre, cuando vio que ya no podía continuar, tras cuarenta y cuatro años de trabajo en la Universidad, y falleció apenas un mes después.
Otra vocación suya, que vivió con pasión, aunque estuviera alejada de la historia contemporánea, fue el estudio del románico en La Rioja. Para ello promovió una asociación de recuperación y puesta en valor de ese arte medieval en La Rioja. Su principal fruto fue el Centro del Románico abierto en 2013 en el pueblo riojano de Treviana, localidad natal de su mujer, Mariana, con la que tuvo tres hijas.
Además, en los años 90 colaboró asiduamente en las páginas de Opinión de EL CORREO. Aquí se acercaba con agudeza y profundidad, y a la vez con espíritu divulgativo, a los grandes problemas de la situación internacional de aquel entonces. Sin pretender dar lecciones, su conocimiento de la historia europea y mundial le hacía entender y explicar las raíces de cuestiones tan variadas como las consecuencias de la reunificación alemana, la situación del Sáhara occidental, la encrucijada de Gibraltar, el Tratado de Maastricht, la desintegración de Yugoslavia o el conflicto palestino-israelí. En un artículo sobre el nazismo, con ocasión del cincuentenario de la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, señalaba el peligro de «la permanencia de la barbarie».
Pero le preocupaba aún más otra barbarie, que desgraciadamente él tuvo que sufrir como ciudadano vasco. Nunca se escondió ante la persistencia del terrorismo de ETA y por ello participó en diversos movimientos cívicos que buscaban acabar con la violencia y con una mentalidad totalitaria e impositiva. Cuando esta afectó directamente a la Universidad, estuvo siempre muy cerca de las víctimas directas y de todos aquellos que soportaban las amenazas. Fue por ello un historiador comprometido, no solo con el pasado sino también con el presente.