ABC-JON JUARISTI
Que en la Rioja se habló en vasco es cierto, pero no estamos ya para virguerías progres
EL miércoles, en las Cortes de Aragón, intervine en una mesa redonda sobre terrorismo. Otro de los ponentes, el sociólogo Amando de Miguel, observó que había favorecido al terrorismo etarra el hecho de que nos hubiéramos acostumbrado a decir «la ETA» en vez de «el ETA», que parecería más lógico, toda vez que siempre dijimos «el IRA» y no «la IRA» al referirnos al Irish Republican Army. Pensé que Amando hilaba demasiado fino, y me costó intuir en qué podría estribar la diferencia. Finalmente creí entender que, al utilizar el artículo femenino se feminizaba en cierto sentido a la organización terrorista, imprimiéndole un matiz amable y jacarandoso, como cuando los gaditanos de 1812 se referían a nuestra primera constitución como «la Pepa».
Tras su intervención, Amando abandonó la mesa porque tenía que volver urgentemente a Madrid, lo que impidió cualquier atisbo de debate. Me habría gustado decirle que los vascos de mi generación, al hablar en español, nunca nos referimos a ETA con artículo alguno, masculino ni femenino. Sin embargo, el poeta eusquérico Gabriel Aresti (1933-1975), de una generación anterior, utilizaba a menudo «el ETA», argumentando, como Amando de Miguel, que la norma era decir «el IRA» y no «la IRA». Se me ocurre, de entrada, que así se evitaba confundir la organización terrorista irlandesa con el pecado capital, pero supongo que el uso viene dado por la traducción: IRA es acrónimo de un nombre que en español significa «ejército republicano irlandés», y ejército, en español, es masculino. ETA son las siglas de un lema, Euskadi ta Askatasuna, inspirado en el de los insurrectos cubanos y filipinos, «Patria y Libertad», que los federalistas españoles hicieron suyo. Julen Madariaga, el fundador de ETA, era nieto del último federalista bilbaíno, Ramón de Madariaga, que fue abogado de Unamuno y mentor de Acción Nacionalista Vasca, pequeño partido abertzale de la II República que tomó para sí el lema de los mambises. En español, patria y libertad son femeninos. En vasco no son nada.
El eusquera, más que para comunicarse, sirve para montar pollos, como el que se ha liado esta semana a propósito de la enmienda socialista –a estas alturas retirada– al texto del Estatuto de la Rioja, enmienda que ha suscitado el fantasma de un anexionismo vasco, de un proyecto de Anschluss. No hay peligro inmediato de una invasión abertzale de la Rioja, y, si se produjera, los riojanos, tanto los autóctonos como los honorarios (yo lo soy), haríamos con ellos y sus colaboracionistas lo que Zurbano con la carcundia.
Pasé la mili en Logroño y frecuenté allí a un anciano sacerdote, Faustino Díaz de Cerio, estudioso de la toponimia vascónica de la Rioja Alta. En la Bilbao de mi infancia había conocido a otro riojano, Juan Bautista Merino Urrutia, que se ocupaba de asuntos similares, o sea, de toponimia y onomástica vasca medieval, de la Reja y las Glosas emilianenses, etcétera. Ninguno de los dos era nacionalista vasco, más bien lo contrario. Mi amigo de la mili, Jesús Sancho Royo, de Alcanadre, médico y vascólogo, ha investigado amorosamente las relaciones entre vascongados, navarros y riojanos a lo largo de la historia y defiende todavía desde su blog el ideal de una región autonómica vasco-navarro-riojana (siempre dentro de España), si bien reconoce que sus paisanos ya se pronunciaron en su día por una autonomía provincial. Desde la pura racionalidad administrativa, el ideal de Jesús Sancho Royo no es una tontería , y ya lo defendieron los hoy injustamente olvidados Gonzalo Sáenz de Buruaga y José Miguel Azaola, que de abertzales tenían más bien poco. Pero el separatismo y la izquierda lo pudren todo, y mejor no meneallo.