ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • La actitud de Rodríguez Pam refleja la inclinación del Gobierno a mofarse de las víctimas beneficiando a los victimarios

Las risas de Ángela Rodríguez Pam hablando de violadores prematuramente excarcelados repugnan pero no sorprenden. Repugnan incluso a las socialistas que comparten con ella Gabinete, dada ínfima catadura moral manifestada en esas bromas jaleadas por sus palmeras a sueldo del Ministerio de Igualdad, pero no sorprenden a la luz del desprecio con el que este Gobierno trata a diversos colectivos de víctimas, a veces de manera expresa, como en el caso que nos ocupa, y otras a través de sus actos.

La secretaria de Estado de Igualdad, mano derecha de la ministra, se toma a chirigota las dramáticas consecuencias de la ‘ley del solo sí es sí’, alumbrada por su jefa en una flagrante demostración de incompetencia y sostenida una vez constatados sus efectos devastadores por la soberbia de su autora y la cobardía de un Pedro Sánchez incapaz de enfrentarse a Podemos. Quien llegó al poder enarbolando la bandera del feminismo y culpando al PP de unas muertes que se mantienen trágicamente en las mismas cifras, pese a los quinientos millones de presupuesto destinados a la cartera creada para Irene Montero, se burla de las mujeres y niños agredidos o asesinados cuyos verdugos ven reducidas sus penas o salen directamente a la calle. Intenta quitar hierro a las críticas fundadas formuladas desde distintos sectores por el procedimiento de hacer humor con hechos de tal gravedad, como si hubiera algo gracioso en el regalo recibido por esos depredadores o el dolor causado con él a sus presas. Se ríe, con risa de hiena. ¿Pedir perdón? ¿Dimitir? Eso requeriría decencia y un trabajo remunerado con los más de cien mil euros que cobra de nuestros impuestos, al que no podría aspirar ni en sus más osados sueños fuera del nutrido pesebre que ha encontrado en la política.

Rodríguez Pam es, a fuer de torpe, el paradigma de una actitud, aunque su conducta refleja la inclinación de todo el Gobierno. Una predisposición marcada a mofarse de las víctimas premiando a los victimarios. Las de violencia machista con esta ley infumable desde el punto de vista técnico, cuyos resultados funestos anticiparon en vano multitud de expertos. Las del terrorismo con especial crueldad, colmando de beneficios a los asesinos, convirtiendo a sus portavoces en aliados parlamentarios dignos de la mayor consideración, falseando el relato de lo acontecido al hablar de un presunto ‘conflicto’ que equipara su defensa heroica de la libertad con el historial delictivo de los etarras, y tolerando sin un reparo la fanfarria triunfal con la que son recibidos en sus pueblos los que salen de la cárcel con las manos manchadas de sangre y el corazón henchido de orgullo por los crímenes cometidos. Las del separatismo catalán, indultando a los sediciosos y dándoles carta blanca para seguir discriminando a quien osa plantarles cara o exige poder expresarse en la lengua oficial de España.