Isabel San Sebastián-ABC

  • Los tuits de Sánchez desde la playa ante la caída de Kabul son una exhibición de impudicia sin parangón en Europa

Se ha hecho viral un vídeo que muestra la risotada obscena de un talibán, incapaz de contener su hilaridad ante la cámara de un equipo de televisión norteamericano enviado a cubrir la caída de Kabul: «¿Podrán votar los afganos a candidatas mujeres en elecciones democráticas?» -inquiere la reportera, cubierta de pies a cabeza por un siniestro chador negro-. La carcajada del muyahidín resulta más elocuente que cualquier respuesta. No se molesta en disimular o improvisar unas palabras políticamente correctas, en línea con la piel de cordero que intentan mostrar sus portavoces ahora. Sencillamente se troncha, se desternilla ante la ingenuidad de esa occidental, cuya pregunta explica en sí misma la razón por la cual los guerreros de Alá, como él,

han vencido estrepitosamente a la coalición internacional desplegada en su país. Ese bárbaro talibán se ríe de nosotros en nuestra cara. Se mofa de nuestros principios, nuestras creencias, nuestro buenismo, nuestra falta de coraje y nuestro presunto poderío militar. Su risa de hiena es el preludio del banquete que se dispone a celebrar con los restos de un Occidente que yace, herido de muerte, en el pedregal de su tierra.

La primera potencia del orbe y sus orgullosos aliados han sucumbido a la brutalidad de un ejército de desharrapados, dopados de opio, empecinados en regresar a las tinieblas medievales en nombre de un Dios implacable que odia al sexo femenino y se ceba con los más débiles. Siglos de progreso, billones de dólares, millares de muertos y la más sofisticada tecnología no han bastado para contener el avance de esas fieras, porque lo que a ellas les sobra de fanatismo nos falta a nosotros de convicción.

Nuestros gobernantes articulan discursos huecos, destinados a la galería, que giran ciento ochenta grados al albur de las encuestas. Por eso, ante los primeros embates de la crisis y el olvido del horror que trajo consigo el 11-S, hemos protagonizado una retirada colectiva vergonzosa, humillante y humillada, que deja atrás a cuantos cometieron el error de confiar en la palabra de un gigante que les prometió libertad e igualdad para acabar entregándolos a las fauces de ese barbudo que se burla de nosotros mientras afila las garras.

Afganistán representa la decadencia de una civilización que carece de fuerza y persistencia para practicar lo que predica. Es el ejemplo perfecto de nuestra falta de coherencia, nuestra fragilidad, nuestra molicie. Ahora -¡oh paradoja!- los mismos que clamaban contra el envío de tropas se hacen cruces ante el futuro de la pobre gente abandonada. ¿Y cómo creen que se defienden la libertad y los derechos? ¿Con mensajes de tuit tecleados desde la playa, como ha hecho nuestro presidente, Pedro Sánchez, en una exhibición de impudicia sin parangón en Europa? Afganistán es el anuncio de lo que nos aguarda…