- La política se convirtió en un tablero inclinado en el que defender el nazismo conducía justificadamente al ostracismo, pero era perfectamente posible defender el comunismo desde un podio moral.
El historiador británico Robert Conquest fue uno de los primeros en cuantificar los éxitos del comunismo ruso. En sus libros La cosecha del dolor y El Gran Terror expuso:
– Que Lenin y Stalin habían provocado una asombrosa cifra de muertes prematuras (Lenin: unos nueve millones por la guerra civil, la guerra contra el campesinado y las hambrunas; Stalin: unos veinte millones por la destrucción de los kulaks, las hambrunas en Ucrania, Kazajstán y el Cáucaso, y las purgas).
– Que a la cifra anterior había que añadir los represaliados e internados en el gulag (unos cuarenta millones durante el estalinismo).
– Que Stalin no había sido una aberración con respecto al sistema comunista creado por Lenin, sino la lógica continuación de este.
– Que los intelectuales europeos habían permanecido voluntariamente ciegos frente a datos al alcance de cualquiera.
El Gran Terror se publicó en 1968. Cuando en 1990, tras la caída del Muro y la aparición de datos irrefutables desde la propia Rusia, el editor preparó una reedición y le preguntó si quería modificar el título, Conquest sugirió uno alternativo: «Os lo dije, jodidos idiotas».
Y esta es la cuestión: de algún modo, en el siglo XX, la izquierda alcanzó una hegemonía moral de la que la ceguera de los intelectuales no era más que un síntoma.
Y así la política se convirtió en un tablero inclinado en el que, por ejemplo, defender el nazismo conducía justificadamente al ostracismo, pero era perfectamente posible defender el comunismo desde un podio moral.
Es difícil rastrear las causas de esta moda moral. Pero es fácil prever una consecuencia inmediata: si una opción ideológica goza de prestigio moral, es natural que atraiga a los exhibicionistas morales. Y esto del postureo moral no es una cuestión menor.
Por un lado, exhibir la propia virtud es un mecanismo esencial del sapiens para no ser rechazado por la tribu. Pero además, disponer de un podio moral desde el que canalizar virtuosamente la ira y el resentimiento hacia otros es muy gratificante.
Por eso, el hipócrita no se siente hoy atraído por la religión (que en los siglos pasados ostentó el monopolio moral) sino por la izquierda. Berlanga retrató a los hipócritas caritativos (que exhibían su «virtud» sentando a un pobre a su mesa) en Cándido.
Por desgracia, es francamente improbable que el cine español haga la película sobre los nuevos hipócritas que hoy proponen sentar a un emigrante, un transexual o un gazatí en cualquier mesa. En ambos casos, su interés real por el instrumento de su exhibición, sea un pobre o una mujer maltratada, es el mismo: ninguno.
Por supuesto que somos moralmente superiores a la derecha española. pic.twitter.com/nugcymHa7x
— Rita Maestre 🌾 (@Rita_Maestre) May 24, 2025
Pero si lo que atrae a los exhibicionistas morales es una opción ideológica, sus posiciones morales quedan determinadas por las de los partidos. Y dado que éstos no se suelen guiar por una brújula moral sino demoscópica, los hipócritas, con su podio moral a cuestas, peregrinan tras los intereses electorales del político de turno.
Este peregrinaje es una prueba de la insinceridad de las convicciones. Cuando los laboristas que votan a Starmer asumen sin pestañear su cambio de posición en inmigración, y pasan a una posición ocupada previamente por la ultraderecha, demuestran que lo suyo no era convicciones sino postureo.
Lo mismo puede decirse del votante socialista que ha olvidado que pactar con filoterroristas era una línea roja infranqueable.
Pero el problema más grave es este. Como los pavos morales son más ruidosos que el resto (tienen que exhibir continuamente su virtud) generan una impresión de unanimidad moral en la sociedad.
Y por eso, si una opción política que ostenta la hegemonía moral adopta cualquier moda, aunque sea perfectamente estúpida o peligrosa, puede contaminar fácilmente a la sociedad.
Se ha visto esto dramáticamente con la espiral de silencio, hoy debilitada, que creó lo woke, que con su agresiva moralidad infectó y debilitó Occidente. Al exhibicionista todo esto le da igual, desde luego. Con su podio a cuestas irá a dar la turra a otro lado.
En fin, todo esto es por estas declaraciones de Rita Maestre, flamante portavoz de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid: «Por supuesto que somos moralmente superiores a la derecha española».