EL CONFIDENCIAL 10/08/16
CARLOS SÁNCHEZ
· Rivera parece haber desbloqueado la parálisis institucional. En el fondo, se trata de un movimiento táctico de pura supervivencia. C’s tiene que aparecer como un partido útil
Es conocido que Kant arranca su célebre ensayo sobre la Ilustración con una frase prodigiosa. “La Ilustración”, sostenía el filósofo alemán, “es la salida del hombre de su minoría de edad”.
Habría que decir que Ciudadanos ha tenido un doble cumpleaños de mayoría de edad. El primero lo celebró en la pasada legislatura, cuando desafiando a muchos de sus propios electores (el caladero de votantes de Rivera procede del PP), pactó con Pedro Sánchez un programa de gobierno que finalmente fue tumbado por la extraña pareja: Rajoy y Pablo Iglesias.
Este martes, en medio del ‘ferragosto’ madrileño, y a una hora tan taurina como las cinco de la tarde, ha vuelto a celebrar su mayoría de edad. Ciudadanos es el primer partido que dice algo más que florituras o lugares comunes para encandilar a sus votantes. Haciendo bueno aquello que sostenía Paul Valéry: “El ejercicio del liderazgo democrático no consiste en dar sin más a la gente lo que pide, sino interrogar a la ciudadanía sobre lo que necesita”. Y parece evidente que lo que reclama la ciudadanía es, simplemente, un Gobierno.
Rivera tenía dos opciones. Seguir mareando la perdiz, haciéndole el juego al presidente en funciones, o intentar llevar la iniciativa política marcando el terreno de juego. Y, felizmente, eso es lo que ha hecho. De lo contrario, Ciudadanos corría el riesgo de convertirse en un partido inútil, justo lo que le está sucediendo a Podemos, que de ser la gran esperanza blanca de la política europea hoy roza la vulgaridad. Precisamente por no implicarse en la gobernabilidad del país. Se habla mucho de que nadie quiere pactar con Rajoy, pero poco se comenta que nadie quiera pactar con Pablo Iglesias.
Los nuevos partidos crecieron al calor de unas expectativas concretas y perfectamente delimitadas, y en la medida que sus electores no vean avances en las reformas políticas que el país necesita, su mensaje se irá diluyendo. Rajoy, que maneja como nadie los tiempos políticos, lo sabe, y eso explica que su subordinada, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, no tenga ninguna prisa en dar una fecha para celebrar el debate de investidura. El tiempo corre en contra de los nuevos partidos.
La ejecutiva de Ciudadanos ha entendido bien la estrategia del presidente del PP, y eso explica que haya puesto seis condiciones muy concretas que al menos tienen un virtud. Obligan a moverse a Rajoy, que, bien pertrechado en su madriguera, parece dispuesto a esperar todo el tiempo que sea necesario a la espera del desgaste del resto de partidos. Ahora, por el contrario, el presidente en funciones tendrá que mover pieza.
La primera, y aquí ha estado sagaz la ejecutiva de Ciudadanos, fijar la fecha de la investidura. O lo que es lo mismo, acabar con la duda hamletiana que introdujo Rajoy cuando de una forma deliberadamente ambigua dejó en el aire su convocatoria.
Una carga de profundidad
Las siguientes piezas que pretende mover Ciudadanos son más complejas. Pero tienen una ventaja para el líder del PP, aunque también para el propio Rivera. Ninguna de ellas es inmediata, lo que permite disponer de tiempo para negociar mientras se desbloquea la investidura. Metiéndole, de paso, una carga de profundidad a Pedro Sánchez, que va a saber en las próximas semanas (si todavía no lo conoce) lo que son presiones para que se abstenga el Partido Socialista.
El hecho de que Ciudadanos ponga esas seis condiciones para negociar con Rajoy la investidura, en realidad, tiene mucho que ver con un movimiento táctico. Rivera había dicho por activa y por pasiva desde el 26-J que estaba dispuesto a negociar la gobernabilidad del país (los Presupuestos o el techo de gasto), pero en ningún caso la investidura. Pero es obvio que eso hubiera sido lo mismo que empezar a construir la casa por el tejado.
Parece evidente que ninguna de las seis condiciones anunciadas se pueden aprobar si no se ha constituido, con carácter previo, el Gobierno de la nación, que es quien envía los proyectos de ley al Parlamento. Y por eso, en realidad, lo que ha hecho Rivera es lo más sensato: favorecer la formación de un Ejecutivo a cambio de media docena de condiciones políticamente muy vistosas -ninguna de ellas es urgente-, pero que explican la razón de ser de Ciudadanos. Y en cuyo desarrollo difícilmente va a encontrar el rechazo del Partido Socialista: el fin de los aforamientos, la separación de los presuntos corruptos de los cargos públicos (Rivera habló ayer de los imputados) o acabar con los indultos.
La limitación de mandatos por ley o una nueva ley electoral son, por el contrario, asuntos más complejos que necesitarán más tiempo. Otra cosa distinta es la creación de una comisión de investigación del caso Bárcenas, que en cualquier caso tendrá competencias muy limitadas mientras que el asunto esté en los juzgados.
Rivera, por lo tanto, se apunta tres tantos: aparece como el político capaz de desbloquear la situación con apenas 32 diputados; está en condiciones de capitalizar algunas reformas de regeneración democrática, y, sobre todo, demuestra que su partido es útil para la gobernabilidad. Al fin y al cabo, eso es la política.