EL CONFIDENCIAL 11/08/16
JOAN TAPIA
· El líder de C’s le ha puesto difícil a Rajoy no aceptar la negociación para regenerar la vida política. Y si al final hay pacto PP-C’s para la investidura, el PSOE no podrá forzar unas nuevas elecciones
Albert Rivera, quizá porque aprendió en el Parlamento catalán siendo un poco apreciado ‘outsider’, sabe moverse con cautela y rapidez, aprovechar las oportunidades, y ha comprobado (aunque no lo parezca en su actitud ante el nacionalismo periférico) que el dogmatismo es una plaga de la vida política española. Su ubicación ideológica liberal debe ayudarle, ya que los liberales han sido durante muchos años bisagra en muchos países. En Alemania, hubo un tiempo en que incluso se exageraba diciendo que no hacía falta celebrar elecciones. El Gobierno cambiaba cuando los liberales del FDP decidían abandonar a los cristianodemócratas de la CDU y pactar con los herederos de los Willy Brandt y Helmut Schmidt del SPD. Y a la inversa.
Tras las elecciones de diciembre de 2015, y ante la parálisis de Rajoy, que apostó a la repetición electoral porque con aquel Parlamento no podía ser presidente, Rivera firmó un pacto de investidura con el PSOE. No funcionó porque «el hombre del esmoquin» (Pablo Iglesias) creyó que el objetivo de Podemos no podía ser facilitar la alternancia y un Gobierno de centro-izquierda sino dar el ‘sorpasso’ al PSOE, lo que en su nada escasa soberbia creyó que era coser y cantar. Todo después de que Pedro Sánchez se negara a que el líder de Podemos fuera el vicepresidente ejecutivo, y el Gramsci operativo, de un Gobierno formalmente del PSOE.
Pero ahora Albert Rivera ha cambiado de estrategia, y no por oportunismo o frivolidad, ni seguramente tampoco por proximidad ideológica (bastantes liberales se sienten más cerca de los conservadores que de los socialdemócratas), sino porque como partido con vocación de bisagra tiene que operar a partir de una realidad que es diferente. Antes (tras el 20-D), el Gobierno de centro-izquierda era posible porque juntos PSOE y C´s sumaban 130 diputados frente a 123 del PP. Ahora esta suma se ha reducido a 117 frente a 137 del PP. Además, el 26-J ha comportado un ligero giro a la derecha. Antes, la izquierda (PSOE y Podemos) sumaba 161 escaños contra 157 del PP y C´s. Ahora la izquierda se ha quedado en 156, mientras que la derecha y el centro-derecha suman 169. A siete escaños de la mayoría absoluta y a seis si añadimos a la pragmática Coalición Canaria.
Y por otra parte ya ha quedado demostrado que Podemos está dispuesto a muchas cosas pero no a colocar a Pedro Sánchez en La Moncloa. Cree tener más oxígeno contra Rajoy.
· Si el pacto PP-C’s llega a buen puerto, Rajoy tendrá 169 o 170 diputados y solo necesitará seis abstenciones para ser investido en segunda votación. Sin mayoría con Podemos, el PSOE no lo bloqueará
La situación parecía hasta ayer totalmente bloqueada porque, contrariamente a Aznar en 1996 con 156 diputados, Rajoy no ha hecho ningún gesto de aproximación a Rivera (bisagra indispensable, como entonces Pujol), ya que no se reunió con el lider de C´s hasta el 12 de julio, 16 largos días después de la jornada electoral. La única explicación es que Rajoy creyera que Rivera (y luego Sánchez) caerían como fruta madura por la presión de la realidad (necesidad de aprobar el techo de gasto y los Presupuestos de 2017). Y que si no cedían, unas terceras elecciones le serían favorables.
Rajoy había aceptado el encargo real, pero supeditaba la investidura a tener los votos necesarios para no salir derrotado (en teoría, la situación podía durar la eternidad), y todo apuntaba a que hasta después de las elecciones vascas y gallegas (el 25 de septiembre), ni Rivera ni Sánchez se moverían. Todo congelado hasta primeros de octubre, hasta un año después del inicio de la campaña electoral de 2015. El país llevaría un año paralizado, o sin Gobierno efectivo, y el despropósito de unas terceras elecciones era una hipótesis cada día menos inverosímil.
Ahora, Rivera ha dado un golpe al tablero -la primera iniciativa responsable desde el 26-J, según Felipe González- y las cosas pueden moverse. Rajoy no puede obviar la propuesta de C´s y apostar directamente por nuevas elecciones, porque en ese caso quedaría ante la opinión pública como el culpable principal, lo que presumiblemente le perjudicaría en las urnas. Tiene que negociar y si finalmente pacta con Rivera, será Pedro Sánchez el que tenga que escoger entre unas terceras elecciones o pactar alguna fórmula de abstención. A cambio de algo o de forma gratuita. De hecho, bastaría que ordenara a seis diputados socialistas que fueran al bar a tomar un café para que Rajoy fuera investido.
Y más vale eso que aguantar la campaña de desprestigio que -no sin bastante razón- se lanzaría contra el partido socialista. En especial porque sin Rivera -suponiendo que la negociación PP-C´s fructifique- no hay alternativa posible. El pacto solo con Podemos, sin Rivera, y con algún grupo independentista solo podría dar a luz lo que Pérez Rubalcaba ha definido como «un Gobierno Frankenstein».
· La propuesta de Rivera obedece a que la situación es diferente a la del 20-D. Entonces, PSOE y C’s sumaban 130 escaños frente a 123 del PP. Antes, la izquierda sumaba 161 diputados, cuatro más que la derecha
Pero no todo está hecho. Las condiciones de Rivera no son nada del otro mundo, son las mínimas que puede poner el líder de C´s -que había prometido no votar a Rajoy, que según él encarnaba la corrupción del PP- sin pasar a ser considerado no un político realista sino un desprestigiado oportunista. Pero para Rajoy y para el PP tampoco son fáciles de aceptar. Primero, porque es admitir que durante su mandato se ha hecho muy poco o nada por regenerar la vida política y significa consagrar a Rivera como el motor de la regeneración y la lucha contra la corrupción. Segundo, porque es aceptar que en la próxima legislatura el PP lo va a tener que pactar todo. Y no solo con Rivera sino también con Pedro Sánchez. Es enterrar los días de vino y rosas de la mayoría absoluta, y los entierros nunca son alegres. Además, contribuir a resucitar parlamentariamente el caso Bárcenas -y los famosos SMS publicados cuando Pedro J. dirigía ‘El Mundo’- no es el mejor de los mundos ni para el PP ni para el propio Rajoy.
El líder del PP tiene ya muy difícil la opción de unas terceras elecciones tras la iniciativa de Rivera. No obstante, no deja de sorprender que un presidente que estaba tan preocupado por la fecha de aprobación del techo de gasto y de los Presupuestos (deben estar listos antes del 30 de septiembre) esté dispuesto ahora a perder una preciosa semana (el órgano directivo del PP no se reunirá hasta el próximo miércoles) antes de empezar una negociación que puede no ser corta. Quizá Rajoy -con una concepción mecanicista de las relaciones políticas– piense que Rivera solo ha cedido por la presión del ‘agit prop’ conservador y que cuanto más tiempo pase, más obligado estará a rebajar sus exigencias.
Puede que Rajoy tenga algo de razón, pues la última encuesta del CIS dice que el principal perjudicado de unas nuevas elecciones sería C´s. Pero lo que sí está claro es que el líder del PP se ha esforzado menos que Aznar en acercarse a la bisagra y que Rivera va adquiriendo estatura política, pese a unos resultados electorales inferiores a los esperados. El contraste entre las iniciativas propositivas de Rivera y la actitud de esterilizante maximalismo de Pablo Iglesias es impresionante. Y cuando el propio Felipe González, que ni generacionalmente ni ideológicamente tiene proximidad con Rivera, dice que su iniciativa es el primer gesto de responsabilidad desde las elecciones…
Lo más sorprendente es que -acabe como acabe la negociación PP-C´s- ya ha quedado claro que la aproximación del 96 entre un partido de derechas españolista (el PP de entonces) y una coalición nacionalista (CiU) fue más fácil que el acercamiento de estos días entre el partido de la derecha y un grupo liberal de centro-derecha. Preocupante.
· Las condiciones para Rajoy implican aceptar que el caso Bárcenas tenga protagonismo parlamentario y admitir que tendrá que pactar todo. Pierde el gran argumento -bloqueo- para apostar a otras elecciones
Y más preocupante todavía es que, salvo algún pacto puntual (como el de las vicepresidencias del Congreso de los Diputados), el laborioso pacto Aznar-Pujol del 96 es irrepetible hoy entre Rajoy y Puigdemont, porque no es que los puentes estén rotos sino que ninguno de los protagonistas se atreve -ante su respectivo electorado- a ser visto transitando por ellos. Claro que en este caso el principal culpable (no el único) es Artur Mas, el político elegido como ‘business friendly’ que luego concluyó que lo democrático era intentar romper la Constitución del 78.
La iniciativa de Rivera busca desbloquear la situación a favor de un Gobierno de centro-derecha que necesitará pactarlo todo, incluso con los socialistas. Ideologías y preferencias aparte, es una iniciativa poco criticable, porque una alternativa PSOE-Podemos-independentistas solo podría dar origen a un Gobierno Frankenstein. Y porque Podemos sigue proclamando -no así el valenciano Joan Baldoví y Gaspar Llamazares- que un Gobierno de cambio no puede contar con Albert Rivera.
Si un sector importante de la izquierda española excomulga a Albert Rivera, no puede extrañar que C´s pretenda sobrevivir al margen de esa izquierda (Podemos) que no tiene ningún aval gubernamental en ningún país europeo y que, como consecuencia, tampoco merece mucho respeto intelectual.