Jesús Cacho-Vozpópuli
Supongo que el truhán de Moncloa debe llevar días partiéndose de risa ante el espectáculo, el ejército de plumillas más o menos brillante, más o menos enjaezado, dispuesto a hacerle el trabajo sucio de forzar a Albert Rivera a sacarle las castañas del fuego de su investidura como nuevo presidente del Gobierno. Sobre España lleva días cayendo inclemente chaparrón de articulistas de tronío exigiendo al capo de Ciudadanos que peregrine de rodillas a Moncloa, dispuesto humildemente a ofrecer a Pedro Sánchez la abstención de Ciudadanos en tan señalada ocasión. Abstención gratis total. Y no hay noticias de que el guapo mozo le haya pedido el favor, ni siquiera que lo haya insinuado en público. Aquello de que quien quiera peces que se moje el culo no vale para Sánchez y su PSOE, porque Sánchez y su PSOE tienen un ejército de alabarderos a sus órdenes encargado de esa labor de demolición del adversario que no se pliega a los deseos del consenso socialdemócrata.
En el tsunami participan antiguos fundadores de Cs, gente que, más allá de sus buenas intenciones, se ha equivocado con mucha frecuencia en sus pronósticos sobre Rivera y su destino. Carreras, por ejemplo, un tipo tan admirable en tantas cosas, que siempre concibió la formación naranja como un puro valor instrumental encargado de acabar con las veleidades nacionalistas del PSC y hacerle volver al redil del constitucionalismo, una especie de ángel de la guarda sin otra misión que impedir el camino de perdición del PSC por las procelosas aguas del viaje a la Ítaca nacionalista, pero que no aprobó su conversión en partido y mucho menos su salida del estricto marco autonómico catalán. O el soberbio Espada, que este fin de semana animaba al zascandil Manuel Valls a dar un golpe de mano en Cs para sustituir a Rivera como conductor del autobús naranja.
Lo mismo recomienda, en las riberas del Manzanares, gente que ha votado PP o incluso Vox, y que ahora no ceja en presionar a Rivera para que impida la perdición de Sánchez, porque en el fondo esa será también nuestra perdición, vienen a decir. Salvar a Sánchez de sus miserias. En la idea (de Sánchez y sus propagandistas) de que si se niega a ponerse de rodillas, entonces Cs será responsable de todas las decisiones lesivas para el interés colectivo que adopte un Sánchez a quien se confiera una especie de subliminal inviolabilidad, patente de corso más propia de reyes que de plebe. Cs será así el responsable de que Sánchez pacte con ERC, conceda el indulto, acuerde un nuevo estatuto y convierta España en esa enloquecida plurinación de naciones. “Vamos a ver, Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?”. Ciudadanos, culpable de los pecados de Sánchez. Así de abracadabrante es la situación, así de enloquecido el argumentario. Sánchez puede volver a pecar, porque ya sabemos a quién endosar la culpa.
Difícilmente guardarán los anales de la política recuerdo de caso semejante: el de un aspirante a la presidencia del Gobierno que pretende que otros le den la investidura hecha sin abrir la boca, sin al menos pedirlo, sin salir de su escondite con una oferta más o menos razonable dirigida a aquel cuyos votos precisa, con un esbozo siquiera de lo que está dispuesto a dar a cambio de ese apoyo, y mucho menos sin mencionar si pretende establecer o no alguna fórmula de colaboración para después de esa investidura, si está pensando en el apoyo parlamentario de Cs y a cambio de qué, o bien en un Gobierno de coalición. El aludido se limita a callar y observar desde los altos de la Moncloa al ejército de opinadores asediando la fortaleza de Cs y diciendo a Rivera lo que tiene que hacer o no hacer. La imagen que estos días transmite Cs es la de un grupo de irresponsables cercados por los portadores de la verdad revelada, enarbolando banderas en las que puede leerse en grandes caracteres: ¡Rivera, ríndete de una vez y ve de rodillas a ofrecer a Sánchez tu abstención a cambio de nada!
¿Por qué no se abstiene el PP?
Podían también pedirle la abstención al PP, que alguna deuda contraída tiene en ese capítulo, que ya fue el PSOE de la gestora de Fernández el que se abstuvo en octubre de 2016 para permitir la investidura del miserable Rajoy. Pero en Génova guardan silencio y silban mientras miran para otro lado, como esperando que nadie se fije en ellos, aunque, eso también, aguardando el momento de oro que supondría el que Rivera hiciera presidente a Sánchez para caer de inmediato sobre Cs acusándolo de haberse convertido en un títere del socialismo. La abstención a cambio de nada supondría la liquidación de Cs, porque no otra cosa podría ocurrir con un partido cuya campaña se ha centrado en proponerse como alternativa de Gobierno al bipartidismo que representan PP y PSOE, un partido no manchado por la corrupción y comprometido con la defensa de la unidad de España, en las antípodas por tanto de un Sánchez encumbrado en su día a la presidencia por la alianza de nacionalistas, neocomunistas y bilduetarras. Justo lo contrario de lo que representa Cs.
Las presiones sobre Rivera son grandes y proceden directamente de los poderes económicos y bancarios. La gran banca al aparato, utilizando sin disimulo sus terminales en los medios. Rivera guarda silencio, siguiendo la máxima atribuida a Lincoln según la cual “hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puedes hacer es no abrir la boca”. Y todo esto ocurre cuando Sánchez ya ha llegado a un pacto con Podemos (“Gobierno de Cooperación”) y tiene negociada con ERC la abstención en la susodicha investidura. Negociado (por la cofradía del obispo Ábalos) hasta donde se puede negociar algo con un partido con el historial de ERC, porque todo podría encallar con motivo de lo ocurrido en el Ayuntamiento de Barcelona, donde el PSC ha dado el gobierno de la ciudad a Colau birlándoselo a Maragall. De modo que Sánchez ya ha hecho su elección: Podemos y ERC, una alianza incompatible con los postulados que alumbraron el nacimiento de Cs.
¿Debemos resignarnos entonces a asistir en silencio a una eventual voladura del edificio constitucional por parte de un Sánchez entregado de hoz y coz a populistas y separatistas? No señor. Todo dependerá de Sánchez. De Sánchez y del PSOE clásico, el de toda la vida, dispuesto a llamar al orden a Sánchez. Si Sánchez, una vez investido, demuestra sentido de Estado, si prueba que en esa cabeza de chorlito hay algo más que una ambición desmedida, si propone grandes acuerdos en asuntos de Estado, algunas de esas reformas tanto tiempo pendientes en materia judicial o económica, si pone firmes a los separatismos renunciando al indulto, entonces seguro que por ese camino encontrará el apoyo de Cs para los grandes temas de Estado (y eso serían 180 diputados, mayoría absoluta), porque ese es el papel de Cs, un partido que no ha venido a ser la puta fácil de nadie, sino a intentar cambiar a mejor este país a veces tan sórdido, tan pobre, tan manipulable, tan moralmente podrido. Que vaya a conseguirlo ya es harina de otro costal. El futuro, pues, no depende de Rivera, sino de Sánchez, y a quien hay que presionar no es a Rivera, sino a Sánchez.