Vestía traje y camisa, indumentaria poco apta para bajar al barro. No le importó. Albert Rivera se fajó ayer con Pablo Iglesias en un debate bronco. El presidente de Ciudadanos planteó una estrategia clara: desmontar al líder de Podemos, «quitarle la careta», según explicaban después en el partido, y demostrar que el Iglesias de perfil presidenciable del día anterior era un mero disfraz temporal. Una hora y media después, su equipo estaba satisfecho. Veían el objetivo cumplido: «Demostrar que Iglesias nunca va a ser presidente del Gobierno».
Vago, poco leído, tonto útil, cínico, inservible y showman fueron sólo algunas de las lindezas deslizadas en la confrontación entre ambos políticos. El tiempo en que Ciudadanos y Podemos chocaban sus manos es historia. Ahora hay bofetadas. La fallida moción de censura de Pablo Iglesias evidenció su incompatibilidad para la convivencia política. Un camino de desencuentro sin vuelta atrás que complica una alianza de la oposición que pueda desbancar a corto plazo al PP del Gobierno.
El equipo de Rivera estaba satisfecho. Primero, porque consideran que la estrategia de Iglesias de confrontación les concedió un protagonismo copado hasta entonces por el propio líder de Podemos y Mariano Rajoy, que aprovecharon para vender sus reformas y su proyecto. Segundo, porque ponen en valor que Iglesias mostrara su agresividad y confrontara con Rivera en una manera que no lo hace con Rajoy. «Eso es porque nos considera una alternativa», concluyen los estrategas naranjas. Y tercero, porque esgrimen que la conclusión es que Rivera expuso soluciones y reformas e Iglesias sólo «cabreo». «Iglesias, si no está enfadado se desdibuja. Le hemos quitado la careta que se puso. El verdadero Pablo es este: ni tiene proyecto, ni tiene una idea de país, ni es capaz de llegar a acuerdos».
Rivera afrontaba un difícil debate político. Socio preferente del Gobierno del PP, su posición podía quedar difuminada en la polarización y en el entente político entre PSOE y Podemos. Rivera optó por obviar al PP –tan sólo un par de rasguños leves– y focalizar su ataque contra Iglesias. «Al PP no tocaba hoy. Iglesias es quien presentaba la moción. Y había que desmontarlo. Dejar claro que no tiene programa de Gobierno».
El ejercicio del presidente de Ciudadanos se construyó en tres ejes: que Iglesias no tiene proyecto, que Podemos no trabaja –estás más a gusto en la protesta que en el día a día parlamentario– y que son aliados de los independentistas que buscan romper España. Además, desde su equipo explican que intentó moverse en el «eje nuevo-viejo», que consideran es donde más incómodo puede sentirse Podemos y más daño puede hacerle.
Rivera, que lanzó el mensaje «demoliciones Iglesias» como resumen de cómo califica el trabajo político de Podemos –derruir todo y no construir–, intentó además quitarse el sambenito de que Rajoy gobierna gracias a Cs, que ellos son «la muleta del PP». «Estamos aquí porque usted votó con el PP, no a un Gobierno alternativo; nadie más que usted es responsable de que Rajoy sea presidente. Si Podemos no existiera, Rajoy no sería presidente», expuso.
Iglesias, por su parte, entremezcló argumentos con críticas en ocasiones faltonas. Poniendo en duda la «capacidad intelectual» de Rivera, señalando que «presume en público de lo que carece», acusándolo de no leer, pidiéndole que «estudie» y calificándole como vendedor de «productos bancarios».